La necesidad de una consulta popular sobre las politicas de austeridad con las que la Unión Europea castiga a los paises del sur de Europa es una reivindicación muy sentida y extendida. En el caso español, se negó conscientemente al pueblo español la posibilidad de decidir sobre estas políticas en el período electoral que culminó en las elecciones generales del 30 de noviembre de 2011 - no llega a un año y parecen ya cuarenta - puesto que durante el mismo el Partido Popular no mencionó ninguna de las medidas que iba a llevar a cabo, cuando no se comprometió públicamente a hacer lo contrario de lo que ahora está llevando a cabo. En este sentido, por tanto, la exigencia que la Cumbre Social y los sindicatos más representativos de este país están reivindicando en las numerosas movilizaciones realizadas - las últimas las del 15 de septiembre y 7 de octubre - sobre la celebración de un referéndum, está calando en la ciudadanía. El presente artículo de Joaquín Aparicio explica de manera primorosa las razones por las que es necesario convocar un referéndum en defensa de la democracia.
UN
REFERENDUM EN DEFENSA DE LA DEMOCRACIA
Joaquín Aparicio Tovar
Sin derechos no hay
democracia. Tampoco hay democracia cuando se violentan las formas y
procedimientos marcados en la Constitución para la adopción de las leyes, así
como cuando se altera la relación entre representante y representado hasta
degradar a este último a la vieja condición de súbdito. En las democracias representativas la perversión del principio
democrático se acentúa cuando el
representante utiliza los diversos mecanismos que el sistema le ofrece para
actuar al margen del representado. Una
de de las peores corrupciones es la conversión de las elecciones en un
instrumento de selección de los gobernantes con la mediación del dinero que
controla la propaganda y los medios de formación de la opinión. Una vez
celebrada la elección la degradación de la democracia está servida cuando el
gobernante elegido se siente investido del poder de actuar al margen de
cualquier compromiso con los electores para satisfacer a la oligarquía que detenta
el poder económico y tanto tuvo que ver en su elección.
El Estado Social y
Democrático de Derecho, propio de las sociedades europeas de la segunda
postguerra mundial y proclamado en nuestra Constitución con la forma política
en que España se constituye, es un modo de mejorar las deficiencias de las
democracias liberales oligárquicas mediante el reconocimiento de los derechos
sociales y la orientación de toda la actividad de los poderes públicos a los
valores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político. En esta forma de
Estado los sindicatos son piezas esenciales de la estructura constitucional y
la concertación social un medio eficaz de mejorar las limitaciones de la
representación política. Si la vida
democrática fuera sana, recordar estas evidencias sería un mero ejercicio de
pedagogía académica, que nunca está de más, pero cuando insistir en lo evidente
se ha convertido en una apremiante necesidad en la vida pública, es señal de la
preocupante degradación de los valores democráticos que se está produciendo en
España ( y en Europa) en estos momentos.
El PP obtuvo en las
elecciones de 2011 el respaldo de aproximadamente 10.500.000 electores (una importante
cantidad pero minoría del censo) que le permitieron, merced a la ley electoral,
obtener una holgada mayoría absoluta. En contraste, el PSOE en las anteriores
elecciones obtuvo algo más de 11.000.000 de votos y no obtuvo esa mayoría. En
el 2011 los electores castigaron a este último partido, que se había embarcado
en una política de recortes de derechos sociales y de sometimiento a los
poderes económicos, cuyo ejemplo final fue la artera reforma de la Constitución,
pactada con el PP. Es bien conocido que el programa que el PP presentó a los
electores en su campaña excluía el recorte de derechos, sin embargo, una vez
instalado en el poder político, de inmediato despreció la concertación social y
ha llevado a cabo el más brutal recorte de derechos sociales que se haya hecho
desde la promulgación de la Constitución, con la consecuencia de que está
aumentando enormemente el desempleo, la desigualdad ha llegado en España a ser una de las más
altas de la UE (34 puntos del índice Gini), y la pobreza y la miseria ya
afectan a una gran parte de la población. Esas medidas, además, se están
adoptando con un desprecio a las formas más elementales del funcionamiento
parlamentario, que, no hay que olvidar, es el medio en el que deberían
expresarse los representantes del titular de la soberanía: el pueblo. La
justificación del Gobierno del PP es que esos recortes se hacen porque no hay
otra alternativa posible a la crisis y,
como única solución, es la que también exigen “los mercados” y los organismos
supranacionales e internacionales. Pero esa justificación es falsa y antidemocrática,
como cada día que pasa se puede apreciar con más claridad.
En 2007 España tenía
una deuda pública en torno al 37 por ciento del PIB, una de las más bajas de la
UE, y, en lugar de déficit, presentaba
un superávit del 1,5 del PIB, pero la deuda privada era (y es) enorme. En la actualidad
la deuda pública ronda el 80 por ciento del PIB y sigue subiendo, con unos
intereses altísimos cuyo pago acaba en las manos de empresas financieras y socava
los recursos que deberían estar destinados, por ejemplo, a educación y sanidad.
Lo que está haciendo el Gobierno es simplemente convertir la enorme deuda
privada de los bancos y las empresas (las familias ya la están pagando o les
están desahuciando) en deuda pública. Es decir, el pueblo debe pagar las consecuencias
de las insensatas y egoístas decisiones económicas que la oligarquía española y
no española (los bancos alemanes y franceses también están detrás de todo esto)
adoptaron aprovechando la ausencia de regulaciones y controles públicos, que previamente
habían conseguido imponer como dogma universal. No es cierto que “la economía”,
como si fuera un designio de la naturaleza frente al que nada se puede hacer,
se imponga a la política, no, se trata de una decisión política que utiliza
argumentos extraídos de una concreta narración económica para hacer prevalecer
los intereses de la clase social que conforma la oligarquía financiera. Lo que
está ocurriendo se ajusta con toda exactitud a lo que Marx y Engels dijeron en 1848
cuando calificaban al poder público como el Consejo de Administración que rige
los intereses colectivos de la clase burguesa.
Pero, llegados a este
punto, cabe preguntarse por el valor y la esencia de la democracia. Si se cree
que la democracia es la mejor manera de organizar la convivencia, entonces no
cabe duda de que hay que repudiar la degradación de las formas y los contenidos
(los derechos) que se está produciendo. Es hora de hacer otra política y de que
el Gobierno, si quiere tener algo de legitimación democrática, deje de ser ese
Consejo de Administración de la oligarquía y convoque directamente al pueblo
para que se pronuncie sobre aspectos tan esenciales para su bienestar como es
la política de recortes de derechos que está sufriendo, que, sin duda, tiene
“la especial transcendencia” que pide el art. 92 de la Constitución para ser
sometida a referéndum consultivo, que debería ser vinculante.
Es bien sabido que nuestra Constitución tiene
una fuerte impronta autoritaria al no admitir (como la Constitución italiana,
por ejemplo) consultas directas a la ciudadanía en forma de referéndum que
puedan incluso derogar leyes aprobadas por las Cortes. Tampoco las élites
dirigentes de la Unión Europea aceptan de buen grado la llamada a las urnas del
pueblo para que se pronuncie sobre asuntos concretos que le afectan. Parece que
quedaron escarmentadas con los rechazos populares en Francia y Holanda a la
llamada Constitución europea, pero el caso más escandaloso fue su violenta reacción
ante el intento del Gobierno griego de Papandreu de llamar al pueblo a referéndum
para que se pronunciase sobre las exigencias del rescate. Tan violenta que
impidieron el referéndum y provocaron la dimisión de aquel gobierno para
imponer uno “tecnocrático”. Sin embargo, ante el grave deterioro de la
convivencia civilizada que se está produciendo en España no cabe si no
reaccionar con la convocatoria de un referéndum, pues el gran riesgo es que de
esta crisis se acabe saliendo dentro de muchos años (como dice el refrán “no
hay mal que cien años dure”) pero con mucha
más pobreza, más desigualdad, menos libertad y, por ende, con menos democracia.
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