Se
publica a continuación un comentario crítico e inteligente sobre los renovados
ímpetus de los educadores de la opinión pública para imponer la solución final a la contratación
laboral: el reiterado contrato único en el que se empeñan economistas de régime y asesores proféticos del
futuro del autodenominado centro izquierda y centro derecha.
Joaquín Pérez Rey utiliza en este artículo publicado en el digital eldiario.es
(http://www.eldiario.es/agendapublica/contrato-atraerlos_6_98050211.html)
una imagen medieval-fantástica extraída de la archiconocida obra de Tolkien , Lord of the Rings, el anillo soberano forjado por Sauron, el señor oscuro de Mordor en el que unió al oro su propia
sangre y su linfa vital, que debía domar a todos, atenazarlos y encadernarlos
en la oscuridad. Contra esa obstinada voluntad de privación de derechos
básicos, se requiere desde luego una red de esfuerzos y de resistencias que
denuncie una vez más tan desatinados propósitos en un panorama como el español
en el que la reforma laboral y la política suicida de austeridad están
desertizando el empleo y devastando el trabajo con derechos.
Un contrato para atraerlos a todos
Joaquín
Pérez Rey.
Las medidas que se proponen para poner remedio a la
dramática situación laboral que vive España nunca acaban. No hay paz para los
derechos de los trabajadores. Que si un fondo austríaco, una reducción de
jornada subvencionada con el desempleo, un contrato de emprendedores, otro de
jóvenes con salarios de hambre… Rara vez, sin embargo, la receta consigue otros
propósitos que los de devorar los derechos laborales. El fracaso en verdad es
perfectamente lógico pues los resortes de la creación de empleo quedan muy
lejos de las prensas del BOE.
Cada reforma infructuosa es, para el pensamiento
económico hegemónico, la constatación de su insuficiencia y de la necesidad de
profundizar en los cambios. Y así se insiste desde hace ya tiempo en la más
rutilante de las medidas estrellas: el contrato único. La propuesta tiene el
valor de su sencillez, al pretender acabar con los distintitos modelos de
contratos que existen en nuestra legislación laboral y sustituirlos por uno
solo de despido fácil e indemnizado de forma creciente en función de la
antigüedad del trabajador. Se acabaría así, dicen, con la brecha que separa en
nuestro país a los trabajadores temporales y a los indefinidos, generando una
composición laboral más equilibrada y un sistema de contratación y despido más
fácil.
Por extraño que resulte esta aspiración a un único
contrato ha estado siempre presente en los ordenamientos laborales europeos,
entre ellos el nuestro. La creación de un contrato fijo, protegido frente al
despido injustificado y del que sólo cabe escapar en situaciones tasadas y
excepcionales es una de las construcciones más prominentes del Derecho laboral,
comúnmente resumida en el principio de estabilidad en el empleo y que todavía
hoy puede escucharse en las aulas de nuestras facultades. Incluso, y sin
necesidad de acudir a la prueba del carbono-14, podemos toparnos con
trabajadores, sobre todo industriales, que pasaron casi toda su vida laboral
bajo el amparo de un único contrato que se jubiló con ellos.
Sin embargo, corrientes de opinión no muy lejanas a
las que ahora preconizan el contrato único consiguieron, con el paro como telón
de fondo, incorporar a las leyes laborales todo un rosario de contratos de
trabajo que hacían de la precariedad su principal atractivo empresarial. La
justificación era posibilista —recuerden la indiferencia hacia el color del
gato siempre que cazara ratones— y se decía que en la crisis económica lo
importante era que se contratara, con independencia de cómo se hiciera: un mes,
unos días, algunas horas, con poca protección social, bajos salarios… todo
vale. De ahí arranca la insensibilidad de nuestras relaciones laborales hacia
la calidad del empleo y un culto empresarial por la temporalidad del que no hemos
logrado escapar. Los receptores de estas formas precarias son sobre todo
jóvenes, mujeres e inmigrantes que conforman un mercado de trabajo de segunda
clase en el que los derechos no son más que un espejismo.
Lo más sorprendente de esta segmentación, tan
perjudicial para todos, es la interpretación que recibe por el pensamiento
liberal. En lugar de revertir los efectos de una política de empleo miope,
volviendo a la configuración tradicional del derecho del trabajo y su
preferencia por el contrato indefinido, achacan la responsabilidad de la
precariedad a los trabajadores que todavía consiguen tener un empleo estable.
Como por arte de magia los modestos derechos de éstos ( insiders) se
convierten en privilegios egoístas que condenan a los débiles ( outsiders)
a malvivir en los arrabales del mercado de trabajo. La parada y el precario ya
saben quién tiene la culpa, no desde luego un sistema empresarial obsesionado
con la explotación intensiva y a bajo coste del trabajo, sino los trabajadores
con derechos y sus sindicatos a los que es preciso arrebatar sus prebendas, aun
cuando, tras la última reforma laboral, tampoco haya ya espacios excesivos para
la depredación de derechos a los trabajadores estables.
Para los teóricos del contrato único el problema no
parece ser que existan trabajadores sin derechos, sino que hay quienes sí los
tienen.
Esta burda reconducción del conflicto social a un
peculiar enfrentamiento entre trabajadores pobres y menos pobres está en los
cimientos ideológicos del contrato único. Un solo vínculo que elimine las
diferencias entre temporales y estables, convirtiéndolos a todos en precarios.
Una equiparación a la baja que pretende hacer de la precariedad una
característica estructural del entero sistema de contratación laboral, evitando
la segmentación por la vía rápida de eliminar la posibilidad de comparación.
El contrato único, como casi todo en la delirante
política laboral española, es una vía, propia del reino del eufemismo que tanto
gusta a los recortadores de derechos sociales, para debilitar todavía más la
protección de los trabajadores frente al despido. Se trata de banalizarlo,
convertirlo en un acto cotidiano de gestión empresarial, sólo susceptible de
ser revisado por un juez en los casos más graves y aberrantes, pero normalmente
resuelto con el pago de una indemnización modesta y no disuasoria. Un trasunto
del ansiado despido libre que para colmo se disfraza socialmente como un modo
de proteger a los trabajadores más débiles o, en el extremo de la deformación
del lenguaje, de avanzar en la igualdad de oportunidades.
Se evita así discutir sobre otros remedios más
evidentes y destinados a combatir las raíces de la precariedad: poner coto a
las becas y a los falsos autónomos; impedir que la práctica totalidad de los
contratos que se celebran en España sean temporales; evitar que el cumplimiento
de la legalidad en materia de modalidades contractuales sea, por decirlo de
forma suave, escaso; frenar las practicas empresariales de encadenamiento de
contratos fugaces; penalizar económicamente y de forma más intensa el recurso
caprichoso a vínculos laborales precarios; revisar los modelos de contratación
que han acabado por imponerse en el universo cada vez más extenso de las
empresas subcontratistas y auxiliares, etc. Resolver el problema en lugar de
generalizarlo.
Pero no, una vez más se ofende a la lógica propugnando
el despido fácil como solución a la crisis de empleo y a la precariedad. Y se
hace además sin reparar en que el modelo constitucional de despido y nuestros
compromisos internacionales quizá no consientan semejante devaluación de las
garantías laborales.
Ahora que muchos disfrutan con las versiones
cinematográficas de la obra de Tolkien, la propuesta de este contrato solitario
recuerda al poema del anillo: un contrato para atraerlos a todos y atarlos en
las tinieblas.
2 comentarios:
buenísimo como siempre!
Hay que ver cómo son los lobbistas del poder económico. No les basta aquel magnífico contrato indefinido de apoyo a los emprendedores con un período de prueba de un año (durante el que poder despedir sin justificación, ni indemnización), sino que ahora además atacan con el contrato único.
Gracias, profesor por plantear el debate sin perder el humor.
Saludos desde Parapanda de al lado
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