domingo, 5 de abril de 2015

SOBRE LA IZQUIERDA SINDICAL EN ITALIA



Las vacaciones de Pascua, aunque cortas, abren siempre espacios para la lectura. Novelas e historias. Pero también, pensando en el retorno, reflexiones sobre el presente y el pasado más o menos inmediato. En la entrega mensual correspondiente al mes de abril de esa revista magnífica que es Sin Permiso, junto a otros trabajos muy ilustrativos - especialmente interesantes la entrevista a Varoufakis y el análisis de las elecciones inglesas y los diferentes "territorios" definidos sociológicamente - se encuentra esta reflexión sobre la izquierda sindical realizada por Aldo Giannulli, que el autor relaciona con el debate actual italiano sobre la "convergencia social" que impulsa el dirigente de la FIOM, Landini, pero que fundamentalmente discurre sobre la emergencia de la teorización del sindicato como sujeto político en las experiencias francesas e italianas durante los años setenta. El texto es didáctico y sugerente, y se trae al blog como lectura pos-vacacional que esperemos sea de provecho a sus lectores, por si no lo habían podido leer directamente en la fuente de la que ha sido extraída, nuestros amigos/as de SP.


En la primera mitad de los años sesenta, la situación política en Italia y Francia parecía sacudirse el inmovilismo de los quince años anteriores. En Italia, el centro izquierda, en Francia la primera nominación de Françoise Mitterrand a la presidencia con el apoyo de comunistas y socialistas, perfilaron una alternativa a la hegemonía en vigor del centro-derecha.

Sin embargo, en Francia Mitterrand no ganó (aunque el 45% que obtuvo en la segunda vuelta fue un gran éxito) y en Italia el centro-izquierda fue perdiendo rápidamente su aspiración reformista originaria. Por otra parte, el condicionamiento internacional de un mundo dividido en dos bloques no se había debilitado, por lo que parecía muy poco probable la hipótesis de una victoria electoral de la izquierda, al menos en un tiempo político previsible y, con ella, también un programa de transformación social.

Esta situación de bloqueo institucional empujó a sectores de la izquierda a buscar otra vía que no pasase por las instituciones, sino por las luchas sociales y, en particular, las sindicales. Sus defensores fueron, en Francia, intelectuales de formación socialista y un pequeño partido de extrema izquierda como el PSU dirigido por Michel Rocard, pero sobre todo la antigua confederación sindical cristiana (CTFC), que había cambiado su nombre a CFDT.

Aunque en Italia los primeros impulsores de esta vía fueron también socialistas, como el grupo de sindicalistas del PSIUP (Elio Giovannini, Gastone Sclavi, Antonio Lettieri, Giacinto Militello etc.) que se habían reunido bajo la inspiración de Lelio Basso y Vittorio Foa (y la revista de Basso "Problemas del socialismo" fue, durante una década, su expresión). A la corriente sindical psiupina (que no toda se situaba en la izquierda bassiana), se unió también la corriente ingraiana comunista (Bruno Trentin, Renato Lattes, Sergio Garavini), a veces también con el apoyo del grupo "secchiani" milanés.

Pero no fue sólo la CGIL la que albergó a una corriente de izquierda, incluso en la CISL, bajo la influencia de la CFDT, se formó una corriente de izquierda unión que tenia su bastión en la CISL de Pierre Carniti.

Las dos corrientes de izquierdas fueron los principales apoyos para una rápida unificación de las tres confederaciones que, sin embargo, se quedó en el estadio de una Federación Unitaria.

El proyecto en el que confluían las dos corrientes sindicales de izquierda (aunque de cultura política diferente cada una de ellas y a las que se sumo la Uilm de Benvenuto y de Mattina) fue mucho más allá de una mera radicalización reivindicativa y aspiraba a convertir a los sindicatos en el verdadero sujeto de la transformación social del país. El sindicato, basándose en los consejos de fábrica se convirtió, en las teorías de la izquierda sindical, en una especie de contra poder institucional, la principal palanca de una política reformista. Eran los años en que los intelectuales de la izquierda socialista como André Gorz, Lelio Basso, Serge Mallet, Oskar Negt y otros teorizaron la superación del capitalismo a través de una especie de reformismo revolucionario, que combinaba la acción parlamentaria e institucional con la presión de los movimientos sociales, empezando por el lugar de trabajo. Una especie de "toma del poder" desde abajo que no necesitaba una revolución violenta, recuperando parcialmente temas muy cercanos al anarcosindicalismo.

En la versión italiana de la izquierda sindical, esta defendía la formación de un bloque social alrededor del sindicato, convertido en sujeto político directo y no sólo reivindicativo, que tuvo su punta de lanza en las categorías de la industria (como vemos, Landini no ha inventado nada y Camusso simplemente desconoce esta historia). Los partidos se dividieron entre los que "despreciaron" esta deriva política del sindicato (las derechas de la DC, el PSDI, el PSI, el PLI, y, huelga decirlo, los fascistas) y los que consideraron a la triple CGIL-CISL-UIL como su principal base de masas y defendieron su papel y sus reivindicaciones (la izquierda de la DC, la izquierda del PCI y del PSI). Esto en un sentido oficial, porque en realidad no faltaron la desconfianza y la crítica del "pan-sindicalismo" de la triple sindical unitaria (en particular de la derecha amendoliana del PCI, pero también de las corrientes  demartiniana y nenniana del PSI, e incluso de sectores de la izquierda demócrata cristiana como la "Base"). Las más abiertas, de hecho, fueron la izquierda ingraiana del PCI y la lombardiana del PSI.

No cabe duda de que fue la época más brillante del sindicalismo italiano, la de los mayores logros en la negociación colectiva y legislativos.

Sin embargo, a la crisis de esa experiencia contribuyeron tres factores decisivos: el proceso de burocratización del sindicato (a la que no fue ajena la misma izquierda sindical), el repliegue de la clase política en la solidaridad nacional (que representó el retorno completo a la dominación de la política institucional y la subordinación a ella del sindicato) y el reflujo de las luchas, favorecido por la lamentable aventura terrorista (que privó al sindicato de su poder principal de negociación).

Después la aparición de las deslocalizaciones y los procesos de globalización implacables hicieron el resto, relegando al sindicato a la posición subordinada que conocemos. Y la disolución de la Federación y de las estructuras unitarias. La FLM, en 1984, fue la constatación del fin del proyecto del sindicato como sujeto político.

Pero en todo esto tuvo también una parte de responsabilidad las insuficiencias políticas y culturales de la izquierda sindical que demostró sus limitaciones cuando sus máximos exponentes (Macario, Benvenuto, Carniti y Trentin) llegaron a la dirección de sus respectivas confederaciones, pero sin producir ningún cambio de línea, continuando la rutina habitual.

En particular, la corriente de izquierdas de la CISL se disolvió y se dejó cooptar por el "poder" en la Confederación con Macario y Carniti, convirtiéndose en la principal defensora de las políticas de moderación salarial (Decreto del 0,1% y recorte de puntos de la escala móvil con el Decreto Craxi) y los que no se avinieron (como la FIM-CISL de Milán con Tiboni) serían expulsados ​​por los antiguos dirigentes de la corriente de izquierda de la CISL
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La crisis en la CGIL fue más lenta y, tras una desgraciada propuesta de democracia industrial (un lío hiper-burocrático bautizado "plan de empresa"), la izquierda sindical se replegó en su categorías (especialmente la FIOM), tratando de caracterizarse por su radicalización reivindicativa.

De hecho, la izquierda sindical fue derrotado por su lentitud en la comprensión de los cambios que tenían lugar y, en consecuencia, por la falta de una táctica adecuada para hacerles frente y esto dependía en gran medida de las deficiencias constitucionales de la cultura sindical, por su naturaleza parcial e inadecuada a la hora de ejerce un papel de liderazgo político.

Sin duda, el sindicato puede ser caracterizado sin problemas como un sujeto político, capaz de jugar un papel de unificación social muy deseable, pero asumir un papel de liderazgo político es mucho más que eso. Y, de hecho, la izquierda sindical, cuando llegó a la dirección de las confederaciones, se mostró incapaz de conducirlas con una línea diferente y fracasó en su objetivo.

La cultura del conflicto es una condición necesaria, pero no suficiente, para jugar un verdadero papel de liderazgo político, se necesita una cultura institucional, una visión estratégica, la capacidad de desarrollar una política internacional que no sea ajena a la práctica sindical. A la izquierda sindical le faltó la necesaria sensibilidad política (que por otra parte no buscó), que sólo puede ser garantizada por un partido político capaz de relacionarse con los movimientos. La izquierda sindical es una condición necesaria pero no suficiente en la construcción de una nueva izquierda a la altura de los tiempos. Y la primacía de lo social sobre la política es sólo una leyenda.

Quizás haya que repensar hoy todo ello, ante el renacimiento tenue de la izquierda sindical.

Aldo Giannuli (1952), politólogo y ensayista, ha sido profesor e investigador en las Universidades de Bari y Milán. Esta considerado uno de los mayores especialistas en las masacres de las Plazas Fontana y Della Loggia.
Traducción para www.sinpermiso.info: Gustavo Buster

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