No era miércoles por la tarde, como cantaba Pi de la Serra, sino jueves, y de la semana pasada. Es decir,
faltaban siete dias para el de hoy, en el que se celebran las elecciones al
Parlamento de Catalunya. Recogí a Joaquín
Pérez Rey en la sede de la CONC, en Vía Laietana, donde había ido a un
seminario sobre la libertad sindical. Comimos con tantos amigos, invitados por Joan Herrera, y hablamos largo y
tendido sobre la “cuestión catalana”, las opciones políticas que se presentaban
y la relación de estas propuestas con la CONC, sus militantes y sus tensiones
internas. Tras la sobremesa, Javier
Tébar nos acompañó a la Facultad de Derecho de la UB, en Diagonal arriba,
cerca de Pedralbes, donde teníamos una cita con Xavier Pedrol, que había organizado un encuentro esa misma tarde
con el grupo de investigación dirigido por Jose
Antonio Estévez en el que participaban entre otros Antonio Giménez y Pepo
Gordillo, la gente de Mientras tanto,
discípulos de Juan Ramón Capella. Con
ellos teníamos que debatir las líneas de su proyecto sobre las políticas de la
Unión Europea sobre la pobreza y la exclusión social y el propio concepto de
gobernanza. Esa noche cenamos espléndidamente Joaquin, Xavi Pedrol y yo mismo con nuestro amigo Gerardo Pisarello y prolongamos el
placer de estar juntos en un bar cercano con jazz de música de fondo. A la
mañana siguiente hablamos ante los amigos y colegas iusfilósofos de lo que
considerábamos las líneas de tendencia más destacables sobre las transformaciones
que está sufriendo el Derecho del Trabajo europeo; Joaquín Pérez Rey habló de la “modernización” del Derecho del
Trabajo teniendo como eje la noción de flexiseguridad y yo avancé algunos
elementos sobre la crisis de la bilateralidad de las relaciones laborales. Tras
una comida de trabajo, me despedí de Barcelona.
Durante todo ese tiempo, pudimos hablar mucho y no sólo sobre el inminente
evento electoral. Pero ese fue un elemento recurrente de nuestras charlas
paseando por Barcelona. Lo que hoy queda de tantos intercambios es el objeto de
esta nota, porque hoy son las elecciones y sin duda sus resultados van a
determinar una buena parte del curso de las cosas en los siguientes meses. La
sensación más fuerte que proviene de tantas discusiones es la dificultad de
hacer política a contracorriente. Intentar, con todas las dificultades – las
ambivalencias que denostaba Borrell en
un conocido mítin – construir un espacio de entendimiento que rompa la dinámica
de las banderas, de los bloques que se obstinan, afirmando lo contrario, en
establecer rígidas separaciones entre los catalanes, es un empeño en ocasiones
titánico. El olvido de la capacidad de los catalanes y catalanas en rescatar su
libertad y la democracia reivindicando los derechos nacionales y sociales conjuntamente,
la huella profunda que el socialismo democrático representado por el PSUC ha
dejado en una cultura que hoy se quiere arrancar o negar desde posiciones
divergentes, la recuperación de un discurso en el que se reivindican de forma
radical viejos y nuevos derechos de las clases subalternas en un espacio
nacional que no rechaza la integración con el resto de los españoles y en el
que, por razones muy evidentes, la ciudad, el espacio urbano, se percibe como
un ámbito prioritario del trabajo político de la emancipación social, todo ello
son nociones en proceso que se abren camino de manera difícil, en medio de
tanto ruido mediático y de una opinión pública condicionada por la dialéctica
amigo / enemigo. Esta es la opción de lo que desde Madrid llamamos los Comunes.
Claro que es una posición comprometida y que no logra una perfecta
coherencia en su acabado, porque también dentro del discurso que Catalunya en
Comú lleva a cabo existen tensiones y se reproduce la dualidad que se quiere
recomponer. Y es evidente que hay sensibilidades y culturas que ignoran a
otras, dentro de ese conglomerado ideológico y político que hoy necesariamente
convive en formaciones que necesariamente tienen que declinar su discurso en
plural, ante las diferentes identidades presentes en su seno. Como también es
cierto que en el inconsciente forzado por los grandes medios, esa formación
política se asocia con la línea de continuidad que la liga al área de propuesta
política que representaba el PSUC, y que sin embargo muchos de sus antiguos
pertenecientes no reconocen en los Comunes. La atención a las circunstancias
concretas de la existencia social, la reivindicación de los derechos derivados
del trabajo, el rechazo a lo que Unai
Sordo llama la estrategia de “desigualdad controlada” que ha caracterizado
las políticas de austeridad derivadas de la gobernanza económica y la relación
entre el sistema de financiación autonómica, el sistema fiscal en España y la
propia conformación del sistema de pensiones, son elementos centrales para esta
opción política que, sin embargo, en muchas ocasiones se han visto oscurecidas
por el debate nacionalista, y en la liturgia de los debates públicos, se han
privilegiado tradicionalmente las reflexiones sobre el deterioro de los
servicios esenciales de educación o sanidad sobre la centralidad del trabajo,
que parece confinarse en las discusiones estrictamente sindicales. Pero en cualquier caso, la posibilidad de
recomponer la “cuestión catalana” en un sentido emancipatorio y progresista,
alejada de un escenario de crispación y de dualidad entre “dos pueblos” enfrentados
entre sí – rusos y ucranianos he llegado a escuchar – es justamente que esta
formación política tenga un peso importante y decisivo en el nuevo Parlamento.
En un día de reflexión, hay que proceder a ello sin perder el punto de
vista de la opción política que se debe rescatar del enfrentamiento unionista /
separatista. Yo no puedo votar en Barcelona, solo pasear por ella con amigas y
amigos. Y si las cosas no cambian, continuaré paseando, ya lo dice la canción.
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