(En la imagen, el "macro juicio" sobre Deliveroo celebrado en los Juzgados de lo social de Madrid el 31 de mayo de este año)
Hay una cierta visión distópica
del futuro marcado por la irrupción del cambio tecnológico que anuncia
destrucción de empleos y liberación de excedentes, sustitución del trabajo
humano por la inteligencia artificial, imposición del lenguaje matemático como
forma de expresión no sólo de modelos de negocios, sino también de modelos
sociales, heterodirección de los procesos económicos y desplazamiento del
trabajo productivo al cognitariado en un esquema fuertemente concentrado y
diferenciado de retribución del mismo en función de su valor estratégico en la
era de la digitalización.
Es una visión del cambio social
que produce la irrupción tecnológica digital y de la automatización que se
presenta como un destino que prescindirá del trabajo humano tal como lo
conocemos. No es que The Winter is coming,
no son los caminantes blancos de GOT quienes nos amenazan con atravesar el muro
de hielo del tiempo. Es una suerte de regreso a un tiempo sin derechos que se
estiman incompatibles con un futuro tecnológicamente avanzado. Se plantea la
obsolescencia de los derechos y del sujeto que los produce, el sujeto colectivo
que representa el trabajo asalariado, que está construido sobre los valores de
la igualdad y la solidaridad. Unos
valores que se estiman incompatibles con un mundo nuevo diseñado en torno a un
mercado global accesible desde cualquier parte del orbe, basado en la libertad
de cada cual y en el individualismo propietario.
Se parte así de un trabajo
fragmentado y fisurado, sin referencias políticas a un modelo de sociedad que
sitúa en el centro de su compromiso comunitario el trabajo como elemento de
cohesión social, por el contrario medido por su valor económico como artículo
de intercambio. El trabajo depende de la libertad de la persona que sólo
encuentra en el mercado las posibilidades de su realización como deseo y como
potencia en el consumo de los bienes y servicios que necesita.
El relato que acompaña este discurso
describe ese futuro sombrío como un hecho natural, un fenómeno irresistible que
precipita a toda la humanidad, y en especial a los países desarrollados, en él.
Comparte con otros discursos – como el del cambio climático – una denuncia de
la catástrofe en la que un hecho social, cultural o político va a colisionar
con la humanidad, pero mientras que en este último caso se pronostica una
reacción popular, una actuación en su contra para poder evitarlo, la irrupción
tecnológica es imparable, parece gravitar sobre un mundo ordenado que el futuro
digital y robotizado está cuestionando.
Sin embargo, este contexto
evocado no se corresponde con la realidad. Estamos ante un mundo profundamente
desigual e injusto, un mundo dividido y escindido en razón de la riqueza tanto
a nivel global como en el interior de cada uno de los estados nacionales. Un
mundo con amplias zonas en guerra, con
recursos naturales saqueados y violentados, con hambre y sufrimiento y grandes
crisis humanitarias y en el que se conoce impresionantes movimientos
migratorios como respuesta a la imposibilidad de vivir en el lugar que uno
habría elegido. En el año 2018 han sido 260 millones la población que se ha
desplazado por motivos económicos, ideológicos y políticos. Un mundo que amplía
el contingente global de trabajadores, con cada vez más personas calificados
como trabajadores formales – respecto de la cantidad, que se reduce, de trabajo
informal propio de la economía irregular – pero en el que la libertad sindical
no es preservada en numerosas regiones del globo como enseña el Informe Anual
de la CSI sobre violación de derechos, que puede consultarse en este enlace Indice Global de Derechos en las que ser sindicalista implica arriesgar la vida, la seguridad personal y
el empleo, desde Egipto a Colombia.
La percepción tan expandida de la
irrupción del cambio tecnológico de la era digital y de la robotización como
una especie de vendaval social, económico y político que recorrerá el mundo desarrollado,
se ha extendido a continuación de los discursos sobre la crisis y la necesidad
de adecuar las estructuras económicas y las instituciones laborales a ésta que
nos ha ocupado en los últimos años. Pues bien, la hipótesis que se mantiene en
esta entrada del blog es que el discurso de la crisis y el de la irrupción
tecnológica se solapan y se alternan en la idea de desarmar en el plano
colectivo de las relaciones laborales y reducir el nivel de derechos de los
trabajadores.
El recorrido de la crisis y su
influencia sobre la regulación de las relaciones laborales y la protección
social es largo, ya dura un decenio, a partir de la sucesión de crisis vividas
con especial intensidad en los países del sur de Europa, como España. Crisis
financiera generalizada a la que sigue la crisis de la deuda soberana en aquellos
Estados en los que el endeudamiento público era decisivo para sostener la
quiebra del sistema financiero y finalmente crisis democrática con remodelación
de los parámetros constitucionales, cambio en el sistema de partidos y fuerte
deslegitimación social de las instituciones democráticas nacionales y europeas.
En definitiva la crisis se resolvía en la subsunción de la soberanía estatal –
nacional en el plan de gobierno de las instituciones financieras, que sometía cualquier
proyecto político al pago de la deuda, imponiendo las reformas constitucionales
que ello requiriera, como sucedió con la reforma del art. 135 de nuestra
Constitución, y condicionaba directamente las políticas sociales y la propia
institucionalidad laboral a este hecho, a partir de las reformas de la
legislación sobre la materia.
Es decir, la crisis se presentaba
como el detonante de una situación de excepción, un momento constitucional
destituyente de la consideración del Estado democrático como un Estado social,
y que lo sustituía por un modelo de liberalismo autoritario en las relaciones
laborales. La utilización de la crisis como dispositivo disciplinario de las
relaciones laborales se manifestó en España a través de las reformas laborales
que extendieron y profundizaron la flexibilización de las relaciones de trabajo
y la disminución de las garantías del despido, el incremento de la unilateralidad
empresarial y la reducción del poder sindical en la negociación colectiva. Una
intervención de choque que se acompañaba ideológicamente de la entronización
del emprendimiento y del sujeto emprendedor como trasunto del trabajador
autónomo, la descolectivización del trabajo y la debilitación del sujeto
sindical, la revalorización de la capacidad regulativa directa de la autonomía
individual como eje de la activación económica. Un formidable esfuerzo por una
nueva regulación neoautoritaria de las relaciones laborales que fue avalado por
el Tribunal Constitucional a través del juicio de ponderación sobre el que
basaba sus decisiones según el cual la condición de la recuperación del empleo
pasaba por la restricción de los derechos individuales y colectivos derivados
del trabajo.
Este discurso sobre la crisis,
muy combatido social y políticamente, se prolonga y se alía con el de la
irrupción tecnológica, en un intento de volver a ganar credibilidad y
legitimidad. El cambio tecnológico requiere flexibilidad en las modificaciones
en el tejido empresarial y en la liberación de excedentes de mano de obra,
impone nuevos modelos de negocio y genera nuevos empleos que no se pueden
reconducir a la regulación del contrato de trabajo que está anclada en esquemas
fordistas, favorece directamente la autonomía en la prestación del trabajo y la
consideración prioritaria del individuo como sujeto creativo y autocontrolado
en la producción.
De esta manera, el discurso sobre
el cambio tecnológico se acopla al relato justificativo de la reforma laboral y
lo justifica desde posiciones más “estructurales” ligadas al cambio del sistema
productivo. Da un paso más, porque desaconseja la reversibilidad de la reforma
laboral ya realizada y aconseja la “profundización” de la misma.
En efecto, se considera que la
velocidad de los cambios productivos hace inviable un principio de estabilidad
en el empleo, y obligan a resituar la negociación colectiva en la empresa,
fundamentalmente a través de acuerdos informales sobre materias concretas, sin
que sea recomendable mantener un sistema de negociación colectiva articulada
sectorialmente bajo la dirección sindical. La novedad tecnológica revaloriza el
trabajo autónomo que debe, eso sí, dotarse de nuevos derechos que se desplazan
al espacio de la protección social, liberando al empresario del coste de la
cotización al sistema de Seguridad Social y de la carga de los derechos
individuales y colectivos que constriñe su libertad y su capacidad unilateral
de decisión. Ello conduce a pronosticar la descolectivización de las nuevas
instancias de regulación porque la homogeneidad en el tratamiento de las condiciones
de trabajo no resulta compatible con la nueva era tecnológica. Se niega la
identidad colectiva común derivada del hecho material del trabajo por cuenta
ajena, de forma tal que las nuevas condiciones de la normalidad social han de
estar desprovistas de una identidad colectiva tal como la conocemos.
No son elucubraciones generales
sobre el tiempo por venir. Ambos discursos, el de los cambios urgidos por la
crisis y la inminencia de los cambios producidos por la era digital y la
robotización, se están continuamente utilizando en estos momentos. Sostienen
las opiniones de la Ministra Calviño
cuando exige no mirar al pasado y preservar la reforma laboral, pero también
las monótonas consignas antisociales del Banco de España, sea cual sea el color
político de su Director general, que siempre exigen “profundizar” en la
flexibilización laboral, como asimismo alimentan
los argumentos de la representación legal de las empresas tecnológicas como
Glovo o Deliveroo frente a la actuación de la inspección de trabajo o las
demandas de sus trabajadores, como puede comprobarse del relato del llamado “macro
juicio” que se ha celebrado en Madrid el 31 de mayo. Contrarrestar ambos
discursos es una tarea ideológica y cultural, pero va a requerir ante todo una
acción político-social fuerte, en la que está involucrada la vicisitud que
acompaña la formación del nuevo gobierno, pero también la actuación a corto y a
medio plazo del sindicalismo. Seguiremos dando cuenta de estos procesos en
próximas entradas del blog, si los lectores y lectoras del mismo nos siguen
prestando su amable confianza.
4 comentarios:
Estupenda entrada al blog, querido amigo. Lecturas como está y la de Luís García Montero enriquecen la mañana del domingo. Abrazos JAT
Sin duda, Antonio, un encuadre inteligente! Las tecnologías siempre hubieran debido permitir la mejora de las condiciones de trabajo y de vida. No al contrario.
Saludos!!!
PT
Lo he leído y, como te dije, me ha encantado !!!
Necesitamos más! Más de esta medicina para una sociedad despiadada con la gente que se gana la vida trabajando!!
Miramos
Buenos días Antonio
Me he leído tu artículo y me ha parecido muy interesante. Mi opinión es que te ha quedado “redondo” en la situación interna de España, que aprovecha los cambios tecnológicos para la precarización del trabajo, pero que le podrías haber sacado más “jugo” a nivel internacional, sobre todo con la actitud de los países del G20 y su influencia, total, en las políticas laborales de España.
Un saludo. Jesús Molinero
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