sábado, 16 de agosto de 2025

¿AGOTAMIENTO DEL CICLO POLÍTICO? (LECTURAS DE VERANO II)

 


Perdonen las elucubraciones de esta entrada veraniega, porque la verdad es que, si se atiende a las noticias que se conocen en este tiempo de descanso anual, no cabe más que inquietarse seriamente. Así, por ejemplo, Putin obtiene su primera victoria importante al romper su aislamiento y negociar directamente con Trump en Alaska mientras el gobierno ucraniano tiembla y la Unión Europea asume posiblemente “sin entusiasmo” su posición subalterna e impotente en materia internacional. En España, al socaire de los terribles incendios favorecidos por la ola de calor, crece la polémica en los que no se pueden controlar en las comunidades autónomas dirigidas por los recortes del Partido Popular en los servicios públicos, mientras se discute sobre las competencias autonómicas y estatales, un debate que solo conduce a oscurecer las soluciones en un cielo oscurecido por el humo y el fuego y en donde las condiciones de trabajo de los bomberos forestales – y los otros – deberían estar en el centro de la discusión. Y así sucesivamente.

 Por si fuera poco, con la vista en el futuro imperfecto, los medios de comunicación nos recuerdan con insistencia que la ultraderecha gana cada día más adeptos incluso (o sobre todo) en los estratos populares más bajos, y en los tramos de edad masculinos más jóvenes. El mañana les pertenece, como cantarían los rubios arios en Cabaret, y en esa identidad parecen complacerse no solo las fuerzas políticas de las que extraen su segura victoria electoral, sino también, con un cierto masoquismo inconsciente, fuerzas progresistas que deducen de su ineluctabilidad una necesaria travesía del desierto que nos conducirá a nuevos espacios de insumisión constituyentes en un porvenir asimismo asegurado: Les lendemains qui chantent. Y en este pronóstico, el partido ya no es el príncipe sino un profeta que declama a los cuatro vientos: “el fin del ciclo se acerca”

Porque por doquier se habla de agotamiento del ciclo. El ciclo es la palabra clave porque sugiere un gradual proceso de conquista de derechos gracias a condiciones objetivas favorables unidas a la acción de un sujeto informe, popular en su sentido más primigenio, lúcidamente representado por un sujeto partido-movimiento que cuestiona las formas partidistas hasta el momento existentes porque éstas llevaban la marca de Caín de la que se definía como indigna transición política a la democracia. Este partido que se declara heredero del 15M ha sabido extraer de una resistencia articulada por los movimientos sociales un nuevo paradigma construido sobre la necesaria transformación de elementos fundamentales de la regulación del espacio público y ciudadano. Acompañando a otros sujetos colectivos, ha forzado políticas sociales y garantistas por parte del Estado que han cristalizado en posiciones ventajosas para grupos especialmente vulnerables social y culturalmente discriminados. Ciudadanía social e identidades de género parecen ser, para este ciclo político, los ejes centrales por los que avanza. No se sabe por qué se omite en este discurso que en el centro está el trabajo y su contemplación simultánea como sujeto político y objeto de regulación como condición de una existencia colectiva que da seguridad y dignidad a la mayoría de la población, pero no es de buen tono subrayar que este elemento ha sido el determinante real del proceso reformista.

Parece que errores e insuficiencias de todo tipo y el agotamiento de la comprensión especialmente social de la intervención pública tras la etapa Covid, ha propiciado, comenzando en las elecciones del 2023, confirmadas en las europeas de junio de 2024, un giro conservador y la captura del marco de referencia mediático y cultural por parte de la ultraderecha. Esto se ha definido como agotamiento del ciclo progresista e inicio de un nuevo ciclo en un sentido contrario, donde la ultraderecha ocupa una posición cultural y mediáticamente hegemónica orientando el marco de discusión pública. Así que los analistas políticos – y los creadores de opinión – explican que el ciclo que comenzó en el 2011 (para éstos influyentes no hay resistencia ni alternativa política válida en España antes de esa fecha) se agota quince años después y se invierte circularmente la situación, en una especie de vuelta a la tortilla por el lado incorrecto de la historia.

La verdad es que, como diría un castizo, la cosa está cruda. También la tortilla. Históricamente el movimiento emancipador tenía como referencia un cambio radical, profundo, de las estructuras económicas, sociales y políticas. Es decir, era fundamentalmente revolucionario. Me refiero a tiempos remotos, por ejemplo, años treinta del siglo pasado, antes de la guerra civil que fue una guerra de clase, la dictadura triunfante y la transición a la democracia, es decir, en España de antes del 2011, desde luego. Pero el motor de esta lucha se basaba en la negación de la explotación y la dominación en el trabajo asalariado, puesto que era el trabajo el centro neurálgico de la conformación de una subjetividad colectiva alternativa y confrontada al orden del capital en sus diversos estratos. En este proceso se fundían de forma compleja - ¿dialécticamente? – las luchas cotidianas contra la explotación que perseguían la mejora de las condiciones de vida o trabajo de hombres y mujeres, con una meta o destino general, común a todas y todos, la subversión del sistema político y económico o su colapso o al menos su transformación decisiva.

Miremos hacia atrás sin ira. Nunca la socialdemocracia manejó bien esta doble referencia, y en su mejor época, con Karl Kaustky, utilizó la teoría revolucionaria al servicio de la política reformista, convencida por otra parte por un determinismo histórico muy fin de siglo que encuadraba los procesos sociales en el ámbito del “devenir natural”, convencidos de la certeza ineludible del advenimiento del socialismo y el consiguiente declive del capitalismo, e incapaces de fusionar luchas cotidianas y sustitución del sistema. En el juicio ponderado de esta ideología progresista que ha resultado la única en subsistir tras el corto siglo XX, Lelio Basso (Socialismo e rivoluzione, Feltrinelli, Milán, 1980) afirma que el marxismo de la II Internacional supuso “un gradual abandono de las aspiraciones subversivas y una gradual aproximación a las instituciones, a los valores, a la cultura y en fin, a la ideología fundamental de la sociedad burguesa” en una asimilación de ésta que se fue produciendo ciertamente de manera no uniforme (pp. 256-257). El derrumbe del sistema era en todo caso un acicate o un incentivo del momento “subjetivo” expresado en el voto, con independencia de las condiciones materiales y los procesos “objetivos” de transformación de la realidad.

Ha corrido muchísima agua bajo los puentes y la forma de concebir el cambio social y político ha cambiado a su vez de manera profunda. El segundo aspecto a que antes nos referíamos, el objetivo final de la acción política de resistencia y oposición al sistema capitalista, ha desaparecido por completo de los programas, de la estrategia y de la táctica de los partidos progresistas. Incluso los que se declaran anticapitalistas reconocen que no hay un modelo político de sociedad socialista que pueda ser verosímilmente compatible con el marco geopolítico en el que se mueve la acción política democrática en el estado español. Es decir que el cuestionamiento radical del tipo de sociedad en la que vivimos y la formulación de otro tiempo y lugar que posibilite la emancipación del dominio y la explotación en todos los espacios públicos y privados de las clases subalternas, ha ido desapareciendo poco a poco, asimilado a un orden de valores y de representación de la realidad que en líneas generales reproduce la concepción del mundo burgués y liberal que se considera inmodificable. Lo que no impide la crítica, ciertamente. No es una sociedad justa – como le gustaría a Daniel Chandler, Libres e iguales. Un manifiesto por una sociedad justa, Paidos, Barcelona, 2025, en su cerrada defensa de la Teoría de la Justicia de Rawls y su aplicación a la sociedad actual – y el capitalismo “de libre mercado” genera una creciente desigualdad, incrementada exponencialmente en la etapa del globalismo y la epifanía del pensamiento neoliberal y las políticas correspondientes – como desde hace tiempo viene recordando Piketty, y recalca en la conversación que mantienen él y M.J. Sandel, Igualdad. Qué es y por qué importa, Debate, Madrid, 2025 – dando lugar a un cuestionamiento generalizado del concreto proceso de plasmación de la realidad normativa, social y cultural de la economía capitalista hiperglobalizada y financiarizada.

No hay sin embargo una alternativa verosímil que pueda sugerirse como una propuesta atractiva de superación del momento actual. La ciudad futura está difuminada, borrosa, y no se puede ni entrever sus contornos en una niebla conceptual y argumentativa. Solo cabe resistir y enmendar lo existente, y ese conservacionismo resignado, cuando no entusiasta, es la tónica general de una parte del gobierno de coalición en nuestro país que la minoría de Sumar no es capaz de transformar y poner en marcha.

Posiblemente haya una cierta dificultad en transferir, en el plano político-electoral, las mejoras evidentes en las condiciones de trabajo logradas a través de la acción combinada de la movilización sindical y la reforma impulsada desde las instituciones públicas estatales en materia de trabajo y de Seguridad Social a un conjunto amplio de personas que experimentan emocionalmente una sensación de rechazo y de repulsa hacia las condiciones en las que se desarrolla su propia existencia y que provoca una reacción violenta respecto de su propia infelicidad. Pero es evidente que esto va construyendo una corriente de opinión difusa, también informe, marcada por la hostilidad y la desafección hacia el ámbito específico de la política, que se percibe como un lugar sembrado por la corrupción y la ineficacia. Una constante que es reiterada por la propaganda masiva de la ultraderecha y sus sostenedores e inversores. La constatación de la ineficacia de la política que la izquierda concibe como un instrumento para cambiar las cosas y la vida de la gente, se transmuta en rabia contra la propia política y sus actores principales, que se expresa a su vez en el momento subjetivo del voto mediante el apoyo a las opciones que desprecian la democracia y el pluralismo y refuerzan los valores de autoridad y violencia. Una violencia que se quería proyectar contra el espacio público administrado por las fuerzas democráticas y pluralistas pero que realmente se convertirá en su momento en violencia contra ellos mismos.

Lo que parece entonces es que el tan manido fin de ciclo político quiere decir que no es ya posible focalizar la acción colectiva en nuevas y mejores condiciones de vida y de trabajo ni de conectar la angustia y el desasosiego personal con la exigencia de lograr un nuevo orden social y económico. Hay una corriente principalmente emocional que aprovecha el momento individual en el que se produce el escrutinio popular sobre la acción política – y de los políticos – para expresar una recusación completa de los actores a los que se señala como más visibles y presentes en una escena que se repudia. La brutalidad de las ideologías iliberales que personifica Trump y que entre nosotros ha capturado Díaz Ayuso se complace en estimular esa rabia como seña de identidad de unas comunidades políticas regidas por el autoritarismo y la imposición.

Pese a lo que opinen tantos sobre la inevitabilidad de este marco de referencia y de sus conclusiones electorales, es importante insistir en la posibilidad de una política para todas y todos que progresivamente haga mejor la existencia de las personas. Aunque eso implique contradecir la natural evolución pendular que se predice para los ciclos políticos que supuestamente oscilan de izquierda a derecha y vuelta a empezar buscando un equilibrio inexistente. Pero desconfiemos de estas certezas si realmente queremos poner en práctica las políticas emancipatorias en el actual contexto de desigualdad económica, social y cultural  que a la postre reposa en la explotación y el dominio sobre la fuerza de trabajo.


5 comentarios:

Eymard dijo...

Reflexões que servem para nós mesmos em todos os pontos! Desde esse certo “derrotismo” de fim de ciclos — e deixa que a história se incumba de movimentá-lo de novo, mais adiante — até essa forma de resistir e emendar o presente sem “elocubrar” um futuro melhor. A postura do Gov Lula contra a invasão de soberania nos provoca a ter novas chances de sonhar coletivamente com um novo mundo. Oxalá esses monstros sejam fruto dos piores sonhos que sonhemos outros para combatê-los. Abraços domingueiros.

Hugo B. dijo...

Muy bueno, Antonio, compartible totalmente la marginacion o desplazamiento del trabajo como factor central, inclusive en sectores de las izquierdas. Hay un cruce no resuelto del todo, ademas, con ciertos encares del feminismo. En fin, tomo nota del libro de Sandel y Piketty, que no conocia. Un abrazo!

Daniela M. dijo...

Es un análisis que vale para Chile, se parece mucho el momento

Rafael F dijo...

Todo un tratado, caro Antonio.

Paco Trillo dijo...

Hagamos espacio a más alegría revolucionaria que nos permita seguir soñando horizontes emancipatorios, dando cuenta de las experiencias políticas pasadas y presentes que como la luz de las luciérnagas brillan aún más en la oscuridad de tiempos como los actuales.
Gracias, querido Antonio, por estas valiosas reflexiones.