sábado, 19 de julio de 2014

CON SRAFFA EN CAMBRIDGE



La primera vez que oí hablar de Piero Sraffa fue en un seminario sobre El Capital que nos daba a una serie de colegas y de profesionales del Derecho y de Políticas Daniel Vila, en el marco de las enseñanzas que organizaba Jose Maria Ordoñez Robina, profesor de derecho constitucional en la Universidad Complutense de Madrid. Me parece recordar que nuestro profesor de El Capital no asoció su nombre a la edición de los escritos de David Ricardo, sino a la teoría del valor de los primeros capítulos del Libro I y su corrección por parte de los escritos de Sraffa. En 1990 o 1991, según creo, cuando aún dirigía la Fundación 1 de Mayo, publicamos en coedición con Trotta un libro de Jesús Albarracín, La economía de mercado, un texto que debería ahora recuperarse por su claridad expositiva y su plena actualidad en el relato. En él, se hace alusión a la importancia de este autor en la reformulación  de la ley del valor y de la transformación de los valores en precios en el contexto de la crítica sraffiana al marginalismo dominante en la época.

Decía Albarracín  que el capítulo 3 de su libro “trata de un tema crucial para la economía marxista y su explicación del funcionamiento del mercado: la transformación de los valores trabajo en precios de producción, problema al que va ligada la formación de la tasa de beneficio general del sistema. Este tema es también el centro de la crítica que ha desarrollado durante los últimos años la llamada escuela neoricardiana.

El fundamento metodológico de esta corriente puede encontrarse en la obra de Bortkiewicz que reseña más adelante, pero su desarrollo se ha producido en décadas recientes. En 1961, Piero Sraffa, un economista italiano profesor de Cambridge, que en su juventud había sido amigo de Gramsci y que era el que sacaba sus escritos de la cárcel, publicó un libro ("Producción de mercancías por medio de mercancías", Oikos, Madrid 1965) que a pesar de tener las dimensiones de un folleto, estaba llamado a revolucionar la economía por la herida de muerte que infringía a los fundamentos más profundos de la teoría económica dominante: el marginalismo. A partir de él, toda una corriente de economistas ha resucitado los esquemas de análisis de la economía política clásica, enriquecidos por las modernas técnicas matemáticas contemporáneas”.

Así supe de la relación entre Gramsci y Sraffa, pero nunca más volví a tomar contacto con ese nombre. Hasta esta semana. José Luis López Bulla, con esa cultura enciclopédica que le caracteriza me advirtió: “Recuerda que en Cambridge anduvo dando clases Piero Sraffa, el amigo de Gramsci. Podrías hacerte un retrato frente a algún lugar que recuerde a Sraffa: un monolito, lápida o algo por el estilo. Pregunta por ahí.”

Asi que he preguntado, y me he informado como un turista intelectual, con la superficialidad de las visitas a los monumentos históricos, pero con la curiosidad que las acompaña. Así he sabido lo que todos conocen, que fue un estudiante brillante que hizo su tesis bajo la dirección de Einaudi y entre 1921 y 1922 estudió en la London School of Economics, donde sería “descubierto” por Keynes como un magnífico economista. A la vuelta de Londres, en 1922 volvió a Italia y fue nombrado director dell’ Uffizio provinciale del lavoro de Milán. Marxista y comunista, fue nombrado profesor de economía política en Perugia y en Cagliari. Su amistad con Antonio Gramsci le permitió a éste que su cárcel y convalecencia no fuera tan terrible. Cuando Gramsci fue trasladado de la cárcel a una clínica, Sraffa, con la ayuda económica de Raffaele Mattioli, asistente de Einaudi, se hizo cargo de los enormes gastos de estadía en la clínica y sirvió de intermediario con Palmiro Togliatti para la entrega a este último de los Cuadernos de la cárcel. En este período también estuvo en contacto con Filippo Turati, uno de los principales exponentes del Partido Socialista Italiano, que posiblemente lo visitó en Rapallo donde su familia poseía una casa para pasar vacaciones. Su antifascismo declarado le hacía peligrosa su permanencia en Italia. Parece que fue el propio Keynes, asustado al pensar que podía acabar en la cárcel quien lo sacó de Italia. Dice Wikipedia: en 1927, John Maynard Keynes,  “preocupado por los riesgos que corría con la dictadura fascista a causa de su amistad con Gramsci (en la cárcel, Sraffa le había procurado literalmente las plumas y el papel con los que escribió sus Cuadernos de la cárcel), lo invitó a la Universidad de Cambridge donde consiguió que le dieran un cargo de docente y posteriormente un puesto de bibliotecario”.

Ahí comienza ya una vida de académico y estudioso que no abandonará. Gozaba de una magnifica fama como teórico y a partir de finales de los años 30 ya formaba parte de las comisiones encargadas de seleccionar los puestos de profesor para economía. Formó parte desde su creación del Departamento de Economía aplicada, y aunque en algunos casos sus recomendaciones no fueron seguidas – como en el caso de Kalecki, al que sin embargo logró que le contrataran en Oxford – tenía un importante prestigio. Sus relaciones con los mejores matemáticos y filósofos lógicos de Cambridge son muy conocidas, como la admiración recíproca que se profesaban. Con Wittgenstein coincidía además en su antifascismo, y le instó a no regresar a Viena una vez declarada la anexión de Austria al III Reich. En general sin embargo, no se conocen sus relaciones con marxistas académicos fuera de las que mantuvo con M. Dobb, pero parece que era extremadamente reservado y aprovechaba su situación no especialmente relevante en el establishment académico para sumergir sus relaciones no estrictamente profesionales.

Durante mucho tiempo, al acabar la guerra y rehabilitarle en su cátedra la Italia democrática, derogando la normativa de depuración fascista, estuvo pensando en volver a Italia, a Cerdeña o a Milán. Una cierta indecisión le acompañó siempre, en parte por motivos familiares – vivía con sus padres en un amplio estudio con ciertas comodidades – en parte por la sensación doble del exilado de ser dos veces extranjero. El caso es que no volvió a Italia.

Dicen sus biógrafos que no encajaba en el ambiente universitario inglés de Cambridge. El grupo de los apóstoles, o los heraldos de Bloomsbury, le parecían demasiado británicos, una manifestación cultural poderosa pero privativa de Inglaterra. Cuando en los años 40, hizo campaña por Nehru como chancelor de la Universidad, acción en la que fue acompañado de una buena parte de la inteligentsia marxista de Cambridge, el Senado académico eligió a otro fellow, blanco y protestante y además héroe de guerra. Para Sraffa, la decisión se había tomado no solo para contrarrestar la propuesta de la izquierda, sino porque en la Universidad “no se acepta bien a los extranjeros”.  El caso es que nunca estuvo a gusto en el establishment académico, no se sentía integrado ni  lo fue realmente, pese a su importancia teórica. Sus puestos en la Universidad nunca fueron muy avanzados, era contratado como lecturer, pero no pasaba estrecheces económicas porque obtuvo cuantiosas ganancias  jugando a la bolsa, lo que por otra parte le granjeó la admiración de sus colegas. Con el Trinity college del que fue miembro y al que legó los 7.000 volúmenes de su biblioteca personal – Sraffa era un bibliófilo y coleccionista – tuvo en el final de sus días muchos problemas de carácter económico, que dan cuenta de una cierta incomprensión de la institución hacia él. En el año de su muerte, 1983, la noticia aparece junto a la de otros dos colegiales, sin añadir ningún hecho explicativo del valor o la importancia de su pensamiento o de su obra.

Hoy la Universidad de Cambridge, junto con la Fundación Einaudi y la Universidad de Milán, custodian su legado.

La foto que ilustra esta entrada es la de Sraffa paseando por las calles de Cambridge en 1931, y fue realizada por un paseante anónimo. Un turista posiblemente, como el que esto suscribe.

 


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