El comienzo de junio es el tiempo de la Feria del Libro
en Madrid. Tiempo para comprar y leer, pero también para recomendar lecturas. La
nota que sigue a continuación es en efecto un consejo de lectura. Que no será
el último en este tiempo para los libros.
Luciano Canfora es un estudioso de la historia clásica, profesor
emérito de la Universidad de Bari, y prolífico escritor que devuelve el mundo
griego y latino a los lectores actuales con una vivacidad, inteligencia y
lucidez extraordinariamente apreciables. Sus textos sobre Tucídides,
Artemidoro, el mundo de Atenas o su inolvidable biografía de Julio César, entre
otros, dan prueba de su capacidad de análisis y de evocación de aquel mundo.
Pero asimismo es un intelectual comprometido que interviene y opina sobre los
problemas que plantea la crisis de la democracia desde planteamientos muy
radicales y por consiguiente poco divulgados a través de los mecanismos
normales de publicidad y comunicación que plantean el mercado y los medios.
Felizmente una buena parte de estas obras han sido traducidas al castellano, y
en particular una de ellas, Crítica de la
retórica democrática, que publicó la editorial Crítica en el 2003, nos
resultó a muchos de sus lectores especialmente impactante. En ella Canfora sostenía que que el sistema
parlamentario actual no era otra cosa que el triunfo de las élites ligadas a la
riqueza y el fracaso de las élites vinculadas a la ideología, y apelaba a la
razón crítica frente al pensamiento único y a lo que Gabriel García Márquez había
calificado de «fundamentalismo democrático», porque, a pesar de todo, «el mundo
tiene cada vez mayor conciencia de la necesidad de igualdad». Recuerdo que Joaquín Aparicio recomendó ese libro a
un club de lectura informal que lideraba la que entonces era Defensora del
Pueblo de Castilla La Mancha y del que formaban parte importantes exponentes
intelectuales y políticos de aquella región, y el libro causó un cierto escándalo
unido a un indudable interés no siempre compartido por la totalidad de los
participantes en el club.
La editorial Il Mulino de Bolonia acaba de publicar un libro de Luciano Canfora en su colección “voces”,
que se lee muy bien y rápidamente en su apenas 110 páginas. En él, el autor
parte de un siglo nuevo en el que se sigue jugando la partida entre el
capitalismo y la democracia, sobre la base sin embargo de la capacidad invasiva
del capitalismo en todo el planeta, un sistema de domino mundial que solo tiene
enfrente jirones de organizaciones ante todo sindicales e inevitablemente
sectoriales, que se apropia de la cultura y de todo recurso, mientras que los
explotados están “dispersos y divididos”. En el funcionamiento del capital que
sigue la lógica del beneficio y de la lucha despiadada por la conquista de los
mercados, se han restablecido formas de dependencia de tipo esclavista en
amplias zonas del mundo, incluso dentro de las áreas más desarrolladas, junto a
un proceso continuo y generalizado de los derechos laborales, conquistados en
el siglo XX, y acompañado de un proceso de contribución a esa esclavitud del
capital de formas de criminalidad organizada a escala global.
El texto recorre la historia de la autodefinición de Occidente como espacio
cultural y político del capitalismo y del colonialismo, su evolución histórica
tras la primera guerra mundial y su exasperación dividida en los años 30 entre
el nazifascismo y las democracias liberales, en la hostilidad común al mundo
socialista de la URSS, cuestión que se refuerza con la guerra fría y culmina
con la derrota del socialismo autodenominado real con la caída del muro de
Berlín. Ahí es donde retoma la tesis del libro, “la esclavitud que regresa”,
enlazando aportaciones paradójicas muy llamativas – la esclavitud es la
garantía de defensa del capital – que incorporan elementos de geopolítica a los
que normalmente no se hace referencia, como la “integración perfecta” de Arabia Saudita en el sistema
capitalista mundial y su rol estratégico en la defensa del “mundo libre” en la
estrategia planetaria de los Estados Unidos. Los datos sobre el tráfico de
seres humanos en Europa es escalofriante, y Canfora hace ver de manera admirable la relación entre el culto
fetichista a la capacidad del dinero de hacer dinero, y su apogeo criminal
necesariamente relacionado con (e inserto en) la lógica del beneficio, junto
con su capacidad de destrucción completa del ecosistema.
La esclavitud es servidumbre y dependencia extrema, pero hay muchas más
clases de esta que no solo aparecen en tal grado de indignidad material. Hay
una servidumbre voluntaria, de largo recorrido, que integra a tantas y tantas
personas bajo el dominio pleno del poder privado, de la inserción aceptada en
el mecanismo de explotación del que participan y al que se adhieren y reproducen.
Es también practicable en específicos espacios de transmisión de la cultura o
de creación de opinión la llamada “servidumbre espontánea”, que coopera a
diseñar una realidad social en la que se margine o haga desaparecer los
episodios y los movimientos que dan sentido a acciones alternativas solidarias
o igualitarias. Hay servidumbres impuestas a la supuesta soberanía e
independencia nacional de pueblos que han optado por la democracia, y hay violencia
que impone la servidumbre al capital mediante la alimentación del proceso de
financiación de la deuda y el pago de los intereses hipotecando cualquier posibilidad
de mejora social o arrastrando a amplios estratos de población a la miseria. Todo
ello alimenta a la “máquina infernal” del capitalismo “que no puede
autocorregirse si no es negando el primum
movens que sin embargo ha colocado por encima de cualquier otro valor: el
beneficio a cualquier precio y a cualquier riesgo, incluso el de vender armas a
aquellos que las emplean para golpear a la desesperada en el corazón del mundo
rico”.
La historia es siempre un proceso abierto, en donde todavía resisten “utopías”
muy lineales, aunque ambas con dificultades para realizarse, que el autor
describe como la utopía de la fraternidad y la utopía del egoísmo. La historia
procede en espiral, cuando parece que retrocede, avanza aunque fatigosamente. Y
lo hace no porque se someta a una lógica inmanente y de progreso, como ha
entendido frecuentemente el pensamiento emancipador desde Spinoza hasta Marx, sino
porque se mueve necesariamente desde la injusticia dolorosa y punzante que
resulta físicamente intolerable. Es de ese malestar permanente y terrible del
que nace “el movimiento permanente de la historia”, caótico, desordenado, que destruye
ídolos y nomenclaturas, un movimiento que no siempre significa progreso. La
intención de la política es gobernar y guiar ese movimiento, pero la
experiencia histórica le hace al autor plenamente escéptico de que eso se
consiga.
Así, de manera contradictoria, Canfora
habla del pleno dominio del capital y simultáneamente de su crisis, no
interesado sin embargo en el discurso sobre la política como forma de “guiar”
un cambio en la línea de la utopía de la fraternidad que señala. Utiliza sin
embargo la imagen proveniente del Manifiesto comunista de Marx en la que compara la potente fuerza innovadora, transformadora
y destructiva del capital con el aprendiz de brujo que no ha podido controlar
las fuerzas subterráneas que él mismo ha convocado. En esos procesos que
atraviesan el mundo se encuentra el impulso de la historia, del anhelo de
igualdad que constantemente se reprime y se sofoca. “La libertad es un ideal
intermitente, la igualdad, por el contrario, una necesidad que se representa
continuamente, como el hambre”. Ese es el impulso primario contra las variadas
y sofisticadas formas de la esclavitud del capital que se puede ir anotando en
tantas y tantas regiones del globo, en la lucha cotidiana de millones de
personas. Un anhelo propio de las religiones de salvación y del comunismo
moderno, como subraya el autor, dejando en el aire un tema clásico en cuanto a
la relación entre la ideología religiosa como utopía no realizable y el
pensamiento revolucionario como realización de la utopía.
El libro incorpora como apéndices dos textos muy hermosos que representan
dos momentos de resistencia ante la esclavitud del capital sobre la base de la “independencia
nacional”, ligada a la noción de pueblo y de clase. Se trata del discurso íntegro
de Salvador Allende pronunciado en
la radio el propio 11 de diciembre de 1973 mientras el palacio de La Moneda era
bombardeado por los militares golpistas, y el discurso de Alexis Tsipras del 27 de junio del 2015 que explica a la ciudadanía
– “amigos griegos” es como inicia el mismo – el chantaje del que ha sido objeto
por parte de la UE y de las instituciones financieras para imponer una “severa
y degradante austeridad sin fin”. Dos momentos de derrota reciente de un
proyecto de democracia aplastado por un capitalismo que se muestra enemigo de la
libertad y de la democracia, pero también dos momentos históricos que ensayaron
un proceso de lucha contra la desigualdad y por una libertad efectiva. Es este
movimiento dialéctico el que subraya el texto de Canfora, que urge a encontrar nuevas y más convincentes formas de
desarrollo de las opciones de democracia real y de la consecución de la
igualdad material y de la libertad efectiva sin aceptar las “sentencias
definitivas de la historia”, porque pensar que el cambio no existe y que el
orden social existente es el único posible es un pensamiento típico de los
liberales, “banales como siempre”.
La esclavitud del capital se lee de un tirón y su lectura agrada y hace
pensar. Es un género literario (o editorial) que es difícil de encontrar entre
nosotros, donde este tipo de reflexiones son más periodísticas y tienen menos
referencias culturales de fondo. De manera que la recomendación que de este
texto se hace en esta entrada tendrá seguramente una buena acogida. Aguardamos
noticias.
Pero no será la única recomendación de lectura en estos días. Permanezcan
atentos a las siguientes entradas de este blog.
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