lunes, 11 de septiembre de 2023

RECORDAR LA INFAMIA, MANTENER LA MEMORIA DE ALLENDE

 


El golpe militar que con extrema violencia acabó con el régimen democrático chileno, tras casi tres años de ininterrumpida labor de desestabilización llevada a cabo por el gobierno de Estados Unidos, abarcando una conjura civil y militar que buscaba impedir por la fuerza el plebiscito popular sobre reformas importantes en la propiedad de la tierra y en los derechos de los trabajadores, supuso para la izquierda y los demócratas de todo el mundo una terrible sensación de horror, indignación y asco antes la rebelión militar. Nunca se había bombardeado el palacio presidencial, nunca el ejército chileno había tomado partido contra la institucionalidad constitucional y democrática del país. Y jamás con la extrema violencia represiva que inmediatamente se materializaría en los millares de detenidos concentrados en el estadio nacional.

El golpe militar chileno encabezado por Augusto Pinochet, criminal y corrupto personaje, se desarrolló a través de detenciones, torturas, y la inauguración de la práctica de los desaparecidos como forma de negar la propia existencia del asesinato político emprendido. Anticipó además la estación de los golpes militares en todo el cono sur, y haría tristemente famosa las operaciones de coordinación de los servicios secretos militares que extenderían su labor criminal por Argentina, Uruguay y Brasil. En Chile además el golpe tenía un importante apoyo civil que buscaba la reversión de todas las reformas sociales y la aniquilación de la capacidad organizativa de la clase trabajadora en sindicatos y en partidos. La dictadura impuso un plan laboral – que quería ser llamado en su momento plan sindical – para le incorporación de un esquema económico fuertemente basado en las enseñanzas de la llamada escuela de Chicago, que generó la atomización sindical en torno a los centros de trabajo, la eliminación virtual de la negociación colectiva y la huelga, la desaparición de la seguridad social y su sustitución por el sistema de capitalización en torno a las AFP, la privatización de los principales servicios públicos del país y la negación de cualquier elemento redistributivo en términos fiscales. Todo ello en un contexto de fuerte represión física, despidos masivos por razones ideológicas y el enriquecimiento acelerado de la casta militar en premio a su trabajo de destrucción y de sufrimiento.

En España vivíamos en dictadura, aunque ya en la etapa que se denominaba de tardofranquismo. Pinochet admiraba a Franco, emitió un sentido comunicado de condolencia cuando Carrero Blanco, el 20 de diciembre de ese mismo año, murió en atentado en la llamada operación ogro y asistiría al entierro del dictador español con su capa blanca y su uniforme militar de bruñidas medallas en diciembre de 1975, cuando finalmente el viejo, enfermo y sanguinario tirano – que había firmado las cinco últimas penas de muerte en septiembre del mismo año en que habría de morir -  dejó de ser protegido en su agonía por el brazo incorrupto de Santa Teresa.

El golpe militar en Chile fue saludado con entusiasmo por la prensa del momento. Especialmente activa, la portada del ABC del 12 de septiembre que adorna esta entrada. Decía la portada de este periódico, que “Cae Allende”, sin mencionar cual había sido su final. Y explicaba así su postura: “Contra el caos creciente, contra la vía al socialismo de Allende que ha arruinado al pueblo chileno, contra la amenaza de una dictadura marxista, contra el desastre absoluto social, económico y político del país; en defensa de la paz, del orden, de la ley, de la libertad, de las conquistas sociales de los trabajadores, del diálogo y la convivencia normales se ha alzado el Ejército de Chile, columna vertebral de la nación y única posibilidad de salvación, hoy, para el entrañable país hermano, merecedor de mejor suerte. Ojalá que los militares, una vez cumplida su misión quirúrgica de urgencia, devuelvan a Chile al normal ejercicio de la democracia dentro de las líneas constitucionales de aquel Estado hispanoamericano”.

No es lo más importante recordar la infamia de esa opinión claramente alineada con la violencia terrible y sin ambages de la represión, lo que se definía como “misión quirúrgica de urgencia”, y que replicaba en 1973 el argumento de la rebelión militar contra la II República y la guerra civil española. Como de costumbre, la muerte y la destrucción de la democracia se justificaba sobre la defensa de la paz, del orden, de la libertad, el diálogo y la convivencia normales – es decir justo lo opuesto de lo que se estaba llevando a cabo por los militares chilenos – e incluso, lo que ya es verdaderamente un sarcasmo, “por las conquistas sociales de los trabajadores”. El ejército es así el salvador de la patria y para ello debe hundir el sistema democrático, impedir que las mayorías expresadas electoralmente pudieran establecer el rumbo político del país.

Recordar la infamia es aun más necesario cuando hoy aún, con ocasión del 50 aniversario de ese acto bárbaro de violación del sistema democrático y de conculcación de derechos humanos, el sustrato básico de este discurso se sigue manifestando por algunos de creadores de opinión. Así ha sucedido con el artículo de John Müller, periodista chileno y subdirector de el Mundo, quien resume este aberrante episodio histórico como “el fracaso de la vía al socialismo de Allende” las mismas palabras que se utilizan en la portada del ABC que expresaba su irrestricto apoyo golpista.

Sigue la infamia y es indispensable denunciarla, tanto ahí como en el discurso de la extrema derecha chilena que lo asume como propio, negando a hablar de golpe de estado y justificando claramente el magnicidio y la destrucción de la democracia. Frente a ello, la memoria de Allende sobresale porque supuso la oportunidad histórica de avanzar por la vía democrática en la construcción de una sociedad más igualitaria, en la que la condición subalterna de las clases populares fuera revertida a través de medidas reformistas de fuerte impacto social y económico. Se abría así un experimento político cuya relevancia trascendía la propia experiencia chilena y justo por ello fue abortado con la injerencia inaceptable de Estados Unidos, por lo que ahora el gobierno de este país debería pedir excusas ante la historia. De ese fracaso surgirían otras reflexiones muy diferentes en el seno de la izquierda latinoamericana, desde la insurrección a la lucha armada como única forma de rebatir la dictadura y el plan criminal de los estados militarizados, pero también en Europa la necesidad de un compromiso histórico que permitiera una transición democrática hacia la profundización de la democracia.

Allende es pues el presidente mártir que ofrendó su vida por sus ideales democráticos. Quienes quieren mostrarlo aun como una “amenaza” se definen solos como partidarios de la tiranía y la dictadura frente a la capacidad real de los pueblos de decidir su propio destino. En estos cincuenta años Chile sigue estando en el corazón de los demócratas y la figura de su presidente crece en significado y en relieve cada año, mientras que sus verdugos solo son recordados como personajes nefastos que desaparecen en el sumidero de la historia.

 


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