La red de
blogs que configuran la blogosfera de Parapanda tienen el gusto de publicar la traducción al
castellano de un artículo de Umberto
Romagnoli, publicado en el diario Il
Manifesto del 14 de septiembre pasado, en el que explica y toma partido por
la iniciativa de convocar un referéndum en el que los italianos decidan si
mantienen o derogan dos normas que se han introducido en el ordenamiento
jurídico italiano con ocasión de la crisis (2011 y 2012), y que afectan a dos
aspectos esenciales de las relaciones laborales. En una, la norma italiana
permite que los convenios de empresa puedan no aplicar los convenios colectivos
nacionales de sector ni una parte sustancial de la legislación laboral en
aquellas empresas o centros de trabajo donde así se pacte con el empleador. En
la otra, se modifica el régimen italiano sobre el despido vigente desde 1970 en
el sentido de que el despido declarado improcedente tiene como efecto la readmisión
del trabajador. Esta readmisión obligatoria que era la regla general del
despido injustificado queda ahora reducida al despido disciplinario, mientras
que se sustituye por una indemnización en los casos de despidos objetivos o por
causas económicas, aunque el régimen legal al que se llegó tras un pacto
transversal con el gobierno Monti que incluía también al Partido Democrático es
más complicado y embrollado. La iniciativa del referéndum busca, en este sentido, derogar las
modificaciones introducidas en este cambio legal último.
En el
artículo, Romagnoli – que forma
parte del comité impulsor del referéndum – explica el sentido de este
referéndum y sus objetivos. Una contribución especialmente sugerente para el
caso español, en donde la protesta social se vertebra en torno a la exigencia
de un referéndum sobre las políticas antisociales y fracasadas del gobierno del
PP..
CON EL REFERÉNDUM REGRESA LA POLÍTICA
Umberto Romagnoli
La historia del trabajo, ya se
sabe, es una historia de rescate y de chantaje. Pero el chantaje no ha tenido
nunca la imprudente visibilidad, la dureza y la extensión que ha adquirido
desde el caso FIAT en Pomigiliano hasta
ahora. Es algo que está a la vista de todos, pero que no está bien decirlo. Es
políticamente incorrecto. De hecho, como era inevitable, la iniciativa por el
referéndum en materia de trabajo ha suscitado las airadas reacciones de la politique politicienne. Se ha dicho que la
iniciativa era improponible, inoportuna, sin criterios. Prescindiendo del
contenido de las preguntas depositadas ante el Tribunal Supremo hace pocos
días, y ello de un lado porque nuestros políticos suelen comportarse así, de
otro porque entendían que los “difíciles pero avanzados compromisos” obtenidos - respecto a la reforma del art. 18 del
Statuto dei Lavoratori sobre el despido
– no podían ser discutidos de nuevo o, haciendo honor a la regla según la cual
no se debe molestar al conductor, todo lo más les correspondía ajustarlos sólo a
ellos mismos.
Por el contrario, la instancia
del referéndum y la campaña que seguirá para la recogida de firmas sirven para
sustraer la regulación del trabajo del opaco bricolaje de las transacciones privadas y para restituir a la política
del derecho del trabajo la centralidad que le corresponde en el debate público.
En definitiva, la politique politicienne
no ha ni siquiera concebido la sospecha de que la participación popular se haya
solicitado para transmitir a la población – que, sin saber aún con qué ley
electoral se procederá a votar en las elecciones de abril 2013, no puede
tampoco imaginar las características del futuro gobierno – un mensaje de
tranquilidad y de esperanza. La tranquilidad de saber que la recuperación de la
normal dialéctica política de cuya autenticidad se está perdiendo el gusto y el
recuerdo, no sólo es lícita, sino que es posible aquí y ahora la esperanza de
contribuir a dar una estable perspectiva de desarrollo en un área crucial de
las relaciones sociales: el trabajo asalariado – al que el Doctor Strangelove
que por más de diez años ha formado parte del los espacios de gobierno
quería despojar del derecho a tener
derechos.
Al decir esto me refiero no tanto
a las preguntas del referéndum que, revisitando críticamente la regulación del
despido que se desprende de la reforma de la ministra de trabajo Fornero, prevé
el retorno a la versión originaria del art. 18 del Statuto dei Lavoratori, sino
más bien a la pregunta sobre el art. 8 de uno de los innumerables decretos-leyes
anti-crisis emanados en los últimos días del gobierno dimitido de Berlusconi.
Es cierto que el tema del despido
como objeto de las preguntas del referéndum, ha producido (por inercia, por
pereza mental o quizá por ignorancia) un efecto – vampiro sobre la prensa
escrita, pero la normativa que constituye el objeto del artículo 8 del
decreto-ley anti-crisis es mucho más devastadora. Y lo es porque amenaza la
misma existencia del derecho del trabajo como parte del ordenamiento general
provista de una identidad y de una organicidad propia. Es un semi-elaborado
que, confeccionado en medio de una situación comparable (no sin razón) con la
que acompaña a la retirada de un ejército en fuga, debe haber creado serias
dificultades incluso a quienes aprobaron su conversión en ley, dado que se votó
simultáneamente un orden del día proveniente de la oposición en la que se
prometí volver a examinar este tema. En efecto, previendo que la “negociación
colectiva de proximidad” (es decir,
periférica, empresarial y/o territorial) pueda derogar in peius no sólo los convenios sectoriales de ámbito estatal, sino
también gran parte de la legislación aplicable a la relación de trabajo, la
norma sanciona el definitivo y prácticamente total abandono del principio de
inderogabilidad de las reglas producidas por las fuentes constitucionalmente
legitimadas del derecho del trabajo, además de suponer la evaporación del
principio según el cual a trabajo igual deben corresponder iguales derechos,
económicos y de cualquier tipo. Es decir, es la primera vez que un legislador
vende su función a sujetos privados. Es claro que en la historia de los
parlamentos modernos no hay antecedentes de este tipo. Por eso nadie me puede
culpar de haber adoptado una “actitud militante” si, teniendo “el privilegio de
poder hablar a la opinión pública en nombre de algo que tenga que ver con
cultura y política”, comento favorablemente la petición de una consulta popular
sobre el trabajo. Es cierto que, como ha escrito Gustavo Zagreblesky en La Repubblica del 19 de julio, “en el
clima cargado de final de legislatura hay que resistir a la llamada a las
armas”, lo que no es fácil. Pero el reconocido jurista no habría creído nunca
que pudiese ser tan poco complicado mantener las debidas distancias incluso al
hablar de un referéndum derogatorio que, a su manera, implica de por sí “una
llamada a las armas”. El caso es que esta vez la derogación tiene por objeto
una opción normativa que no daña solo a una parte, sino a todas. También a los
empresarios, salvo aquellos que han desarrollado un despiadado instinto
predatorio y prefieren el mercado de las
reglas a las reglas del mercado. Es extraño, pero el gobierno Monti no se ha dado cuenta de ello y no ha depurado
el ordenamiento.
Nada original, sin embargo, es el
segmento de la reforma de la ministra de trabajo Fornero que los impulsores del
referéndum proponen formatear. De la innovación, frente a lo que se declaró
como propósitos expresos, puede decirse que, si
bien lesiona bastante a los trabajadores, no agrada en la misma manera
al mundo de las empresas. La norma que ha sustituido al art. 18 es laberíntica,
retorcida, contradictoria. Se diría que es el producto del exceso de conciencia
que atormenta a la insegura ministra de trabajo: lo atestigua la obsesiva y
casi maníaca búsqueda de distinciones pseudo-conceptuales y de
hiper-correctismos cuya intrincada armazón hace del conjunto legislativo un
concentrado de irracionalidades. Quizá a los pandectistas del siglo XIX no les
habría disgustado una manifestación tan aguda de formalismo abstracto. Pero
también los súbditos de ayer, si hubieran podido manifestar sus opiniones con
la libertad de los ciudadanos de hoy, se las habrían dicho de todos los
colores.
Il Manifesto, 14 septiembre 2012.
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