La Unión europea se ha
desprendido de golpe del ambicioso proyecto político que sostenía,
compatibilizar la lógica del mercado y de las libertades económicas con un
amplio espacio de goce de derechos políticos y sociales, y lo ha sustituido por
un diseño de subordinación global de la política al poder enorme, invisible y
supranacional del capital financiero, afianzado sobre un esqueleto fuertemente autoritario.
Los gobiernos de los países europeos – con más ímpetu los conservadores, pero
sin que los socialdemócratas hayan podido sustraerse a esta tendencia – han seguido
al pie de la letra las instrucciones de los grandes bancos en una política de
austeridad expansiva que ha implicado la destrucción de millares de puestos de
trabajo, la degradación de los derechos laborales, la reducción de la
protección social y el empobrecimiento de la población en general. Las
políticas puestas en práctica de forma unánime consideran el incremento de la
desigualdad social como la condición
para generar “la riqueza de las naciones”.
Pero además han garantizado normativamente a través de medidas de aplicación
general sin encaje jurídico comunitario – es decir, fuera de los cauces de la
legalidad europea – el mantenimiento del equilibrio presupuestario y la
reducción radical del gasto público y social, condicionando las ayudas
económicas para la financiación de la deuda soberana al mantenimiento de estas
políticas. En los países más sometidos por tener un mayor porcentaje de endeudamiento privado, se
ha inducido a cambiar la constitución e introducir la regla de la prohibición
del déficit público, mientras que en otros se ha impuesto un gobierno técnico
dirigido por gente de confianza de las finanzas globales. La autonomía de la
política, que implica la capacidad de los pueblos de elegir las líneas
generales de la actuación pública, ha quedado anulada.
La cuestión es más grave en
aquellos ordenamientos internos, como en el caso español, en el que el momento
electoral se ha hurtado a la ciudadanía el contenido de las medidas políticas
que se iban a adoptar. No indicar o incluso señalar lo contrario de lo que se pretende
hacer ha sido la práctica electoral del partido que hoy gobierna España. Se
trata de una práctica permanente y consciente, como se pudo comprobar con el
aplazamiento de algunas medidas ya decididas al resultado de las elecciones
autonómicas de Andalucía. Hoy sucede lo mismo ante la inminencia de las
elecciones gallegas. La relación que establece el momento representativo
electoral entre el programa de gobierno y los ciudadanos que votan al partido
que lo sostiene, no se ha constituido correctamente en el caso español. Los
españoles que votaron el 20 de noviembre de 2011 para que el gobierno salido de
las urnas tomara decisiones vinculantes para la generalidad de la población, lo
hicieron sobre unas premisas falsas o inexistentes. El mecanismo democrático ha
sido irremediablemente dañado.
Por eso es necesario exigir
medidas que corrijan esta lesión profunda a los procedimientos básicos de la
formación de la voluntad popular en un sistema democrático. Los sindicatos más
representativos y la cumbre social de las organizaciones sociales que han
convergido en la movilización y en la resistencia frente a las “medidas
estructurales” de degradación de los derechos sociales, han reivindicado la
convocatoria de un referéndum en el que los ciudadanos españoles puedan expresar
esta vez claramente, su decisión soberana sobre las políticas puestas en
práctica por el Partido Popular. El gobierno no puede ignorar esta petición,
insistiendo en la mayoría absoluta que posee en las cámaras – la estabilidad
política de la que presume el presidente Rajoy – porque ésta carece de
legitimidad política al haberse conseguido mediante el engaño, la mentira y el
silencio consciente sobre la voluntad ya decidida de actuar mediante medidas
concretas no comunicadas ni participadas en el tiempo del debate público
electoral.
Cuestión distinta sin embargo es
la de poder confrontar, mediante un mecanismo de participación popular directa,
las mayorías electorales obtenidas en un momento concreto, con las mayorías
sociales que se manifiestan ante actos normativos o regulaciones específicas.
Esta forma de participación que corrige las desviaciones políticas que pueden
darse entre una representación parlamentaria discordante con la voluntad
mayoritaria de los ciudadanos, se articula técnicamente de diferentes formas,
pero una de las más conocidas es la del referéndum derogatorio. En Italia, un
partido o coalición de partidos con representación parlamentaria puede impulsar
la convocatoria de un referéndum que derogue normas aprobadas por el parlamento
siempre que recoja una cantidad notable de firmas de apoyo ciudadano. No se
trata de nuestra Iniciativa Legislativa Popular, que funciona a la inversa, es
decir, son las organizaciones sociales quienes impulsan la recogida de firmas
que, convenientemente compulsadas, se presentan en el congreso como una
propuesta legislativa, pero que puede ser rechazada o no tenida en
consideración en función de las mayorías parlamentarias. Así sucedió con la ILP
presentada y promovida por CC.OO. y UGT, que reunió un millón de firmas para modificar
sustancialmente la Ley 35/2010 y que ni siquiera fue tenida en consideración
por el órgano legislativo, en una actitud incomprensible de desprecio
democrático. Es evidente que el modelo
italiano garantiza la primacía de las mayorías sociales de rechazo a normas en
vigor aprobadas por el parlamento que se consideran contrarias a la voluntad
ciudadana. Es por tanto un modelo más garantista de la soberanía de la política
democrática.
Viene esta referencia al caso
porque en Italia se ha puesto en marcha, mediante la presentación ante el
Tribunal Constitucional de las preguntas que se someterán a referéndum, la
petición a la ciudadanía de derogar dos modificaciones centrales de la
legislación laboral derivada de la crisis. La primera, la introducción en el
sistema jurídico italiano – obra del último gobierno Berlusconi – de la “negociación
colectiva de proximidad” según la cual cualquier acuerdo o convenio de empresa
puede derogar o inaplicar la regulación del convenio de sector o de la
normativa estatal sobre cualquier condición de trabajo. La segunda, y más
conocida, la modificación del artículo 18 del Estatuto de los trabajadores
italiano, obra del gobierno “técnico” de Monti, que debilita y deja sin efecto
la reintegración forzosa del trabajador despedido en el caso de despido
objetivo o por motivos económicos que se declare improcedente.
A propuesta del referéndum, incluida en una propuesta
de “pacto sobre el trabajo” nace de la combativa federación de metalúrgicos de
la CGIL, la FIOM, que ha solicitado a los partidos con representación
parlamentaria que iniciasen este trámite. El partido del magistrado Di Pietro
se hizo inmediatamente eco de esta propuesta. El comité
promotor del referéndum no sólo está integrado por la fuerza política de
representación parlamentaria – la Italia de los Valores, del juez Di Pietro –
que podía iniciar el mecanismo, sino que se ha abierto a varias personalidades
relevantes. Entre ellas, exponentes importantes de la izquierda del Partido
democrático, como Nichi Vendola, y personalidades intelectuales de enorme
prestigio, como Umberto Romagnoli. El europarlamentario Sergio Cofferati ha
expresado por carta su apoyo pleno a esta iniciativa.
El significado de estos dos
preceptos es claro. Se pretende recobrar la función normativa y vinculante de
la negociación colectiva gestionada sindicalmente, sin que la atomización de lo
colectivo mediante la crisis funcione como variable independiente del
ordenamiento sindical de hecho. Y el valor simbólico del art. 18 del Estatuto
de los Trabajadores, que ya ha sido confirmado en un referéndum anterior,
cuando la CGIL dirigida por Cofferati reunió en Roma a más de tres millones de
personas e impidió la reforma del mismo por el gobierno Berlusconi, tiene que
ver directamente con la garantía de la estabilidad en el empleo como eje de un
trabajo respetado y valorado como centro de la sociedad.
Desde la perspectiva italiana, en
donde se sabe que se convocarán nuevas elecciones en abril, posiblemente con la
victoria del Partido Democrático, es importante introducir en la agenda del
debate político el tema del trabajo y del valor político del mismo, mediante la
preservación de derechos básicos en la configuración del modelo constitucional
italiano. Esto implica plantear al futuro gobierno un dilema fundamental que se
expresa en una relación de oposición o de contraste entre la soberanía
democrática y popular – la decisión mayoritaria de re-establecer unas líneas
claras en el diseño constitucional del trabajo – y la soberanía de los mercados
financieros y de la troika que
consideran irrelevante la garantía de los derechos laborales y sociales y
condicionan la refinanciación de la deuda italiana a la puesta en práctica de
políticas neoliberales de restricción de derechos y libertades.
Pero igual que en España al
principal partido de la izquierda, el PSOE, le cuesta leer y comprender “el
estado social de masas” – como dice López Bulla – existente, al Partido
Democrático italiano esta iniciativa le sitúa en una posición muy incómoda
porque le obliga a “fijar” una posición frente al referéndum que condiciona su “libertad
de acción” en el futuro gobierno. El ala liberal – democrática del PD – in primis el siempre ubicuo Ichino – ya ha
manifestado que promover y apoyar este referéndum resulta “incompatible con las
opciones estratégicas esenciales del Partido Democrático”. La respuesta oficial
del Partido es sin embargo menos neta. El PD considera el referéndum un
instrumento “inadecuado” pero no condena ni censura a quienes lo han promovido.
Por eso, aquí y allí, en todas
partes, la lucha por la defensa del valor político del trabajo con derechos se
une directamente a la recuperación de la democracia y de la capacidad de los
ciudadanos de decidir la política que conforme la economía y la sociedad. En
España, cuyo sistema democrático es más opaco a los mecanismos de participación
popular, la movilización social es la clave de los cambios políticos y
sociales. La gran manifestación de mañana en Madrid, sábado 15 de septiembre, será un paso adelante en la
buena dirección.
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