Como bien conocen los lectores de
la blogosfera de Parapanda, el domingo pasado, 8 de diciembre, casi tres
millones de italianos han participado en unas elecciones primarias para elegir
al que sería el secretario general del Partido Democrático. La victoria de Matteo Renzi, alcalde de Florencia y
candidato derrotado en las primarias celebradas hace un año en el mismo
partido, ha sido arrolladora: El 68,7 % de los electores le ha votado. Frente a
su candidatura, la que propiciaba el aparato del PD – Gianni Cuperlo – o la de los sectores más reformistas del PD – Pipo Civatti – no han llegado a
representar ni al tercio de quienes se sienten representados por el PD (18 y 14
% respectivamente).
La elección se ha realizado en un
contexto político turbulento. El Tribunal Constitucional italiano ha declarado
inconstitucional la ley electoral conforme a la cual se habían realizado las
últimas elecciones, lo que obliga al parlamento italiano – constituido por
tanto ilegítimamente – a reformar la ley electoral y convocar nuevas
elecciones. El “premio de mayoría” que establecía el sistema de elección – el
denominado porcellum – se considera
contrario al principio del pluralismo político y a la representación
proporcional de los partidos. Es una sentencia que no ha sido comentada entre
nosotros como se debiera y que sin duda consistirá un interesante elemento de
juicio para valorar iniciativas “internas” de reformas electorales autonómicas,
como la que se impulsa el Partido Popular en Castilla La Mancha para imponer un
umbral mínimo de acceso a la representación política oscilante entre un 15 y un
18%. Es una situación insólita en democracia, puesto que afecta directamente a
la forma de representación popular, que ha sido por tanto subvertida en sus
garantías constitucionales.
Esta declaración de
inconstitucionalidad ha dado lugar por tanto a que se reabra un amplio debate
sobre el proyecto de representación política que debe permitir un sistema
electoral. Desde hace veinte años, el hundimiento de los partidos clásicos
democristiano y socialista y la emersión de Forza Italia berlusconiana, había
llevado a un cierto consenso en torno a un “bipolarismo” entre izquierda y
derecha que debería tener su reflejo en el procedimiento electoral para permitir
mayorías estables en torno a uno u otro polo, acabando así con el sistema
proporcional puro que beneficiaba el pluralismo pero fragmentaba la
representación parlamentaria y favorecía por tanto crisis de gobierno y
mayorías parlamentarias exiguas puestas en peligro por la atomización de los
partidos políticos con representación parlamentaria. El debate se replantea
ahora con nuevos defensores y detractores. En el Partido Democrático, Renzi, como Prodi, son partidarios de un sistema electoral que promueva una
polaridad izquierda-derecha, D’Alema sin
embargo opta por volver al sistema proporcional.
Pero la deslegitimación del
parlamento italiano que lleva consigo la decisión del Tribunal Constitucional
ha dado lugar a la exasperación de las posturas populistas que se sitúan fuera
de ese esquema “bipolar”. La remoción - ¡al fin! – de Berlusconi y su expulsión del Senado en aplicación de una de las
sentencias de condena de su actividad criminal permanente (y polivalente) de
extorsión y cohecho, ha agitado el mapa de la derecha política y ha excitado la
vertiente populista más agresiva del líder,
que ahora insiste en el carácter ilegítimo del parlamento que le ha
expulsado. Beppe Grillo, por su
parte, reivindica que no puedan ser considerados diputados los 149 elegidos - del PD y de SEL - con el “premio de mayoría”
y abre una especie de caza al periodista hostil que critique sus planteamientos
en su página web. Esta iniciativa ha sido muy criticada, incluso por apoyos
notables al Movimiento 5 Stelle como el que presta Dario Fo.
En ese contexto, por tanto, el
resultado de las primarias del principal partido italiano, exponente del centro
izquierda y heredero del partido comunista más grande e influyente de la Europa
occidental, plantea tantas interrogantes como reflexiones. Debe dejarse de lado
la propia “técnica” de unas primarias abiertas que son capaces de atraer a casi
tres millones de ciudadanos y ciudadanas – los votos obtenidos por el PD en las
elecciones de febrero de 2013 fueron un poco más de diez millones, es decir,
que participan en las primarias casi un tercio de los votantes – porque la
constatación de este hecho hace que las experiencias que existen en España se
vean como manifestaciones de extrema debilidad de la participación política
nacional.
Las interrogantes se centran más
bien en la escisión que las primarias han exteriorizado entre la militancia y
el aparato del Partido Democrático y sus votantes o si se quiere, los
ciudadanos que activamente se adhieren a la idea de la política dirigida e interpretada
por un partido reformista que aspira a ser mayoritario. La militancia estricta
del PD ha sido desbordada. El triunfo aplastante de Renzi se apoya en el cambio generacional – el mismo ha nacido en
1975 – y en el apartamiento definitivo de la vieja capa dirigente del PD que es
heredera de la lucha antifascista y que ha protagonizado la larga marcha de la
transformación del PCI en PDS primero y posteriormente en el Partido
Democrático. Es un sentimiento muy extendido entre la ciudadanía el de que la casta de los políticos, y entre ellos
desde luego los dirigentes del PD, son una de las causas primarias de la
decadencia económica y social de Italia y qe por tanto conviene desembarazarse
de esta. Es un sentimiento que ha explotado muy bien el Movimiento 5 Stelle, y
que encarna a la perfección la célebre frase de Renzi según la cual la capa dirigente de la política es un material
inservible que debe enviarse al chatarrero. En su discurso de celebración de la
victoria en las primarias, el alcalde de Florencia lo dejó muy claro. No es el
fin de la política, es el fin de la clase política que ha dirigido el partido
hasta ahora. Ese es el principal objetivo, el cambio de gobierno es secundario.
Se supone que es un propósito que no se
llevara a cabo sin resistencia interna. D’Alema
ha hablado de una posible desafiliación silenciosa y masiva de militantes,
la izquierda espera impaciente ese hecho para poder formar, sobre los retazos
de los abandonos y el mosaico de grupos de izquierda, una formación política al
estilo de las que la crisis y la política de austeridad ha hecho emerger con
cierto peso electoral – no decisivo, sin embargo – en tantos países de Europa.
Esta tendencia regeneracionista
no es antipolítica, sino que pretende una sustitución de los valores y de las
personas basada en la nueva percepción de la realidad que da el hecho de
pertenecer a una generación que no ha conocido la resistencia antifascista pero
tampoco el otoño caliente. Una generación más “globalizada” que se identifica
más con la libertad de movimiento o con los derechos civiles y la lucha contra
la discriminación sexista o racial. El discurso de Renzi es vivaz, retórico y efectivo. Se fundamenta en las
subjetividades difusas del empresario y del trabajador, pero no incorpora una
lógica de empresa ni un argumento sindical. Da confianza y transmite un mensaje
positivo de confianza y de potencia desperdiciada o clandestina de tantos
ciudadanos que no han sido interpretados por la política y el partido que
aspira a representarlos. Renzi insiste
en que la política y el reformismo no tiene por qué ser aburridos, y que hará que los italianos abandonen el hastío frente a la vieja manera de hacer política. En su discurso
sin embargo no hay apenas indicaciones del proyecto de reforma que va a
sostener salvo alguna referencia interesante sobre la importancia de la educación
y la disminución de los gastos que
rodean la actividad política y los estipendios de los parlamentarios. El resto
es una preceptiva de ilusiones y de autoestima colectiva para aquellos
italianos e italianas que son idóneos para afirmar un crecimiento y una riqueza
social no sólo económica sino social y política que recobre un puesto
importante en el contexto europeo.
Este discurso se confronta
directamente con la forma-partido como sujeto clásico de la política, que
controlaba de forma monopolista el espacio público. Los resultados de las
primarias han generado un inmenso potencial desestabilizador de las estructuras
internas del PD, dando la razón a un libro desencantado de Marco Revelli cuyo título se ha
incorporado a este post: Finale di
partito ( Einaudi editore, Torino, 2013, 10 €). En él se describe la mutación del tradicional
protagonista de la democracia, el partido político, que transforma su
naturaleza en el marco de una clamorosa crisis de confianza, una cierta
“contra-democracia” que se opone a la llamada “democracia de partidos”. Y en
efecto la derrota del “aparato” tiene que ver con la imposible subsistencia de
un partido de masas en torno a una militancia activa, que se remplaza por un
espacio de comunicación fundamentalmente gestionado a través de los mass media. A su través se establece una relación directa
entre los ciudadanos y sus intereses difusos relacionados con sus posiciones en
el espacio de la distribución y no definidos en razón de su carácter subalterno
en un espacio de dominio gestionado por un poder privado que se extiende a
partir del trabajo sobre toda su existencia social.
Por consiguiente, en el discurso
que ha ganado las primarias del PD el trabajo no encuentra la centralidad con
la que tradicionalmente había venido siendo recogido en la tradición comunista
primero y socialista – democrática posterior. El sindicato, ante todo la CGIL,
no es considerado por el vencedor de las primarias del PD como una entidad
“amiga”. Y viceversa, la dependencia extrema que la CGIL ha mantenido respecto
del PD dirigido por Epifani, ha hecho
que el sindicato no confíe en el nuevo rumbo del PD dirigido por Renzi y sienta una vez más que se abre
un vacío ante sus pies debido a la carencia de feeling y de contacto institucional con el nuevo equipo dirigente.
No hablemos de la FIOM-CGIL y su fuerte confrontación con el modelo FIAT de
relaciones laborales que implica el ostracismo y la exclusión de cualquier
proceso negocial de un sindicato de representatividad desbordante en la
empresa. Este sindicato sin embargo se sitúa en un espacio de repolitización del trabajo que no encuentra correlación política ni un territorio de contratación.
Ese alejamiento del trabajo como
centro de la regulación social se manifiesta de forma crítica en torno al
problema de la representación política del trabajo que, en cuanto tal, no está
asegurada y ni siquiera indicada por el equipo de gobierno vencedor en las
primarias. Este es posiblemente uno de los elementos más decisivos en la transformación
del PD y su relación con el sindicato, debilitado en su proyecto de liberación
del trabajo y de asignación de derechos directamente ligados a la condición de
ciudadanía.
Es cierto que este no es solo un
problema italiano sino que se despliega en cualquier reflexión sobre los
proyectos de reforma social que necesariamente tienen que referirse al papel y
a la relevancia que éstos asignan al trabajo en el diseño de la sociedad que se
pretende. Pero el trabajo posiblemente ya no tiene el sentido ni la función que
asumía en la crisis del fordismo, está cambiando de forma acelerada y
fundamentalmente se disocia de la forma en la que se institucionaliza, de la
manera en la que se sitúa en el ordenamiento jurídico y en la regulación que
éste hace de él. El trabajo real se escapa del molde institucional, tiene
dificultades para ser encuadrado en el programa de acción del sindicato, y no
tiene ninguna relevancia política, separado de la condición de ciudadano y
disuelto en una nueva abstracción formal de una serie de individualidades
marcadas profesional y económicamente por un interés difuso en la progresión
material y del conocimiento que requieren un cierto espacio público
relativamente desmercantilizado que permita una redistribución de rentas en un
sentido compensatorio que reequilibre la condición social de origen. Pero sobre
esto deberíamos seguir discutiendo mucho más en adelante.
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