El fin de semana pasado el Partido Democrático italiano
convocó una manifestación en Roma, en la Piazza del Popolo, en la que el
presidente del consejo de ministros, Matteo
Renzi, defendió el SI en el referéndum convocado para el 4 de diciembre. El
mítin debería haber servido para dar una prueba de fuerza de cómo el PD se
mostraba unido en torno a su líder, pero este objetivo no se consiguió. La
plaza no estaba llena como en otras ocasiones, se calcularon unos 15.000
asistentes en vez de los 30.000 previstos, y a la cita no acudió la minoría de
izquierda del PD, opuesta a las reformas que debería aprobar el pueblo
italiano. Ello no impidió que el acto fuera una exhibición de Renzi y que ocupara amplísimos espacios
de cobertura mediática. Aunque en Italia se atiende de manera muy extensa al
debate entre el Si y el NO, en espacios de primer tiempo y con un importante
despliegue publicitario, la capacidad de intervención del presidente del
gobierno y su frenético activismo mediático, hace que la propuesta del SI sea
fundamental y prioritariamente llevada a cabo a través de su persona, de manera
que ésta y el resultado del referéndum quedan indisolublemente asociadas.
Renzi surgió a la vida política italiana a partir de su
contienda en las primarias del PD – que perdió en primera instancia contra Bersani y luego ganó clamorosamente en
la segunda oportunidad, tras el fracaso de éste en formar gobierno y la
desautorización del presidente de la república Napolitano – con la consigna que se hizo muy popular de rottamare a la casta que poblaba los
partidos y las organizaciones sociales de relevancia pública, muy especialmente
los sindicatos. El verbo italiano significa arrumbar, por viejo, objetos
inservibles, y se emplea normalmente para mandar al chatarrero a los
electrodomésticos que no funcionan. Este discurso no sólo servía para exigir la
sustitución de unas élites envejecidas sino para desprenderse de una buena
parte de los componentes de la cultura política que compartían, que se
presentaba como inadecuada al siglo XXI por antigua – viejuna diría un manchego
– e inoperante porque no era capaz de decir
nada a la mayoría de la ciudadanía, y por consiguiente resultaba un
obstáculo doble para la eficacia de la acción de gobierno y para la libre y
eficiente actuación de las empresas.
Renzi parte desde su inicio como un actor político que
reivindica la eficacia y la novedad. “Hacer cosas nuevas” que el viejo modo de
proceder de las instituciones democráticas impide, junto a intereses
corporativistas de todo tipo que se deben disolver. Entre ellos,
fundamentalmente, los sindicatos. El hoy presidente del Consejo de ministros no
tiene a los sindicatos como amigos. O al menos, deberíamos precisar mejor, no
“se lleva” con el mayor sindicato de su país, la CGIL, y es francamente hostil
a la FIOM, la federación de los metalúrgicos que preside Landini. En la medida en que la CISL y la UIL – los otros dos
sindicatos representativos - mantengan una posición adhesiva a sus políticas,
no ofrecen problemas. Toda crítica – especialmente si viene desde los
representantes del trabajo – es interpretada como “bloqueo” al país, no como
disenso respecto de la política del gobierno.
El gobierno de Renzi – que es el
gobierno del PD – ha sido el impulsor de una reforma laboral que ha acabado con
la estabilidad real del empleo que el Estatuto de los Trabajadores imponía
mediante la readmisión obligatoria en los casos de despido improcedente,
estableciendo que el art. 18 de aquella norma no se aplica a los nuevos
contratos efectuados a partir de la entrada en vigor de la reforma, una ley que
todos conocen por su nombre en inglés, Job
Act, homenaje a la admiración profesada por el sistema económico y laboral
anglosajón. En esta reforma la norma estrella es el llamado “contrato de tutela
creciente”, cuya paternidad en nuestro país se la disputan UPyD primero y
Ciudadanos después como una de las advocaciones del denominado “contrato
único”.
Tras la deconstrucción de los derechos laborales, está también, como en
todo el Sur europeo endeudado, la aplicación de las políticas de austeridad
exigidas por la gobernanza económica europea. Que ha hecho posible que el
endeudamiento de Italia haya subido del 101% con el gobierno Monti al 130% actual del gobierno Renzi. Como en el caso español – y pese
al saqueo del Fondo de Reserva de la Seguridad Social – la austeridad impone un
mayor endeudamiento al Estado del que solo se puede escapar mediante la
renegociación de la deuda en unos términos hoy políticamente inconcebibles. Lo
que el gobierno italiano negocia, posiblemente en mejores condiciones que el
español, es el equilibrio presupuestario y la reducción del déficit, teniendo
en cuenta que las previsiones se revelan inútiles en muchos casos, ante la
emergencia de nuevos hechos que requieren gasto social y por tanto descuadran
el equilibrio acordado. Los terremotos en Italia, por ejemplo, son una buena
prueba de ello, como los aluviones de inmigrantes y refugiados que están
llegando a Italia una vez cegada la vía turca mediante la subcontratación del
cerrojo por la UE. Renzi critica
esta rigidez europea, su “egoísmo”, pero tampoco logra mucho, aunque hace
promesas relevantes, como la de anunciar su oposición a la inclusión del
Tratado de Estabilidad en la legalidad europea, incorporándolo a los Tratados.
Tras el trabajo y la austeridad en las políticas públicas, viene la reforma
del sistema político. Para hacerlo menos dependiente del juego pluralista de
los partidos, menos condicionado por la política de alianzas y transacciones, más
dirigida desde un vértice ejecutivo. Se trata por tanto de modificar el sistema
parlamentario para construir un sistema casi presidencialista, en donde las
cámaras legislativas tengan una función receptiva y no desempeñen un papel
activo de iniciativa legislativa, que funcionen como un cuerpo para la
“investidura” del gobierno, que será quien decida el ritmo y los tiempos de la
regulación normativa global del país. Ello lleva consigo también la enésima
modificación del sistema electoral, siempre son la idea de configurar mayorías
estables, junto con toda una batería de medidas que caminan en ese mismo
sentido. Contra
este proyecto hay, como a favor del mismo, una amalgama de posición es
políticas, que suele ser aprovechado por ambos bandos para señalar las
incoherencias del adversario. En el campo del SI se encuentran democráticos de distintas procedencias, ex PCI, cristianos y progresistas, y en el del NO se hallan juntos la Lega Nord y el Movimiento
cinco estrellas (M5S). El debate sin embargo va más allá de la filiación
política, y se evidencia en el cruce de personalidades que se evidencia. Viejos
políticos democristianos como De
Mita entran en campo, también ex presidentes de la república como Napolitano.
También en este proyecto se juega la oposición entre lo viejo e inservible
y lo nuevo y eficiente. La constitución italiana es así, un texto del que hay
que hacer chatarra. También – aunque no se dice – de su marcado carácter
antifascista. Es por tanto lógico que se posicionen frente a esta reforma,
pidiendo el NO, importantes personalidades públicas, magistrados del tribunal
constitucional, personalidades políticas muy relevantes, e incluso una parte
del PD. La CGIL ha pedido el NO a sus afiliados, y la FIOM ha organizado una
extensa campaña de adhesiones y de debates para difundir esta posición y sus
motivos. En el campo de lo jurídico, personalidades como Zagrelebsky, Rodotá, Ferrajoli y Romagnoli hacen campaña activa por
el NO. Que tiene la dificultad de tener que luchar contra un discurso oficial
muy insistente que les acusa de inmovilismo y de obstaculizar el progreso de la
nación. No hay nada de inmovilista en el NO, al contrario, en esa posición se
inscriben los planteamientos de reforma más incisivas – en lo laboral y en lo
sindical, por ejemplo – y las críticas más claras a la gobernanza económica y
sus efectos autoritarios. Esa es la izquierda del NO, contra la que
fundamentalmente combate Renzi, y a
la que dirige prioritariamente sus ataques públicos.
Las predicciones sobre los resultados del referéndum no son claras. La
situación es muy líquida aun, y queda todavía un margen de tiempo para ver cómo
cala el mensaje entre los ciudadanos italianos, en qué medida consideran
necesario ir a votar y sus preferencias. Renzi
ha ligado su suerte política al resultado del referéndum, lo que desde el punto
de vista de sus defensores, arroja sin embargo una seria posibilidad de
inestabilidad política si triunfara el No, que la Unión Europea no apreciaría.
Este dato es importante, porque el italiano es único de los pocos gobiernos de
los países fundadores de la UE – y de un producto interior bruto notable – que
es dirigido por un partido progresista, el PD, inserto en el grupo de la
socialdemocracia europea, aunque con raíces diferentes a la mayoría de los
componentes de aquel, que se muestra crítico, aunque ineficiente, respecto de
las carencias europeas más relevantes, la asfixia de las economías endeudadas y
la omisión de cualquier política coordinada y vinculante en el tema de los
refugiados. Pero a la vez, ha actuado de manera rotunda para desmantelar el
sistema de derechos laborales y debilitar la capacidad de intervención
colectiva y sindical, sobre la base de una orientación claramente neoliberal
para la cual la vinculación de la norma y del convenio colectivo son elementos
que obstaculizan el desarrollo de la productividad y el emprendimiento.
Las lecciones de la situación italiana vista desde España son numerosas y posiblemente
evidentes, porque presenta un caso práctico en el que la fuerza del discurso
del gobierno – progresista - está basada en la crítica de la práctica política republicana
en donde la representación parlamentaria es central en la determinación de las
opciones de gobierno, una representación que permite un pluralismo fuerte,
donde la adscripción al bloque izquierda / derecha admite los matices de una
serie de pequeños grupos que se adhieren a los grandes partidos sostenidos por
una suerte de fuerza de gravedad que les hace entrar en su órbita pero de la
que a su vez pueden recobrar un impulso gravitacional propio que altera estos
equilibrios, especialmente ante la presencia de un actor político no
tradicional y hostil asimismo a este cuadro institucional, el Movimiento Cinco
Estrellas (M5S), y que por tanto compite con éste desde advocaciones directas
al pueblo, pero en un “populismo responsable” que quiere y sabe administrar la
realidad económica y la comunidad social y que se resuelve en la reivindicación
de un gobierno fuerte y dirigente.
No se establece por tanto un enlace entre la reivindicación de la
representación política como medio para el fortalecimiento del pluralismo
ideológico de la sociedad y la crítica de la misma – y del sistema institucional
que lo concreta – desde las restricciones participativas que se efectúan en la
práctica, ni tampoco con la reformulación de los vínculos que existen entre la
ciudadanía y el trabajo, y que se residencia en un pensamiento y una cultura
antifascista muy anclada en formaciones sociales como el sindicato. Al
contrario, la “tercera vía” renziana – llamándola así como homenaje a su
admirado Tony Blair – se presenta
como una reivindicación del aplanamiento de la democracia de partidos como un
espacio históricamente superado y retardatario que debe ser sustituido por una
relación directa entre la ciudadanía y el gobierno, clave de una acción
política de racionalización y modernización que posibilita la libre iniciativa
empresarial y el desarrollo del emprendimiento en un aumento de la
productividad económica, en un trayecto progresivo de asunción de autoestima
como nación y como pueblo. Construye una narrativa del optimismo como
característica del “nuevo trend”,
frente al cual los anclajes tradicionales en los vínculos sindicales o la
reivindicación de los procesos de mediación y transacción entre partidos en
sede parlamentaria se presentan como obstáculos “del pasado”, viejas
resistencias que deben arrumbarse para “no bloquear el país”.
La democracia parlamentaria como expresión del pluralismo ideológico del país y la representación general del trabajo a través de la representatividad sindical se presentan, con profundas concomitancias con el pensamiento neoliberal, como elementos desechables en aras a la eficacia del gobierno y la productividad económica de la libre empresa. Lo grave de esta tendencia es que quien la invoca es el partido progresista clave del sistema italiano, y que por tanto esta argumentación circule como propuesta de este tipo de posición política en convergencia con el pensamiento neoliberal hegemónico.
La democracia parlamentaria como expresión del pluralismo ideológico del país y la representación general del trabajo a través de la representatividad sindical se presentan, con profundas concomitancias con el pensamiento neoliberal, como elementos desechables en aras a la eficacia del gobierno y la productividad económica de la libre empresa. Lo grave de esta tendencia es que quien la invoca es el partido progresista clave del sistema italiano, y que por tanto esta argumentación circule como propuesta de este tipo de posición política en convergencia con el pensamiento neoliberal hegemónico.
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