Hace tan solo cuatro años - me lo ha recordado en un tweet Unai Sordo - los sindicatos europeos dieron
un paso adelante en la coordinación de la lucha frente a las políticas de
austeridad de la nueva gobernanza económica europea. Por vez primera, la
Confederación Europea de Sindicatos planteó la posibilidad de una acción
colectiva coordinada en todos los países europeos que asumiera principalmente
la forma de huelga. Era el embrión de una posible huelga europea que permitía
visibilizar la capacidad de resistencia del movimiento sindical.
Aquella acción colectiva, que permitía sin embargo la confluencia de otro
tipo de movilizaciones de menor intensidad, como asambleas y reuniones,
concentraciones y actos que no perturbaran la normalidad productiva, fundamentalmente se concentraba en una serie de manifestaciones en las que el
movimiento obrero reivindicaba en la calle la crítica a los procesos de
desregulación social y de remercantilización del trabajo que las políticas de
la austeridad estaban llevando adelante. Era la primera vez que se establecía
de forma tan neta la posibilidad para el movimiento sindical europeo de acudir
a la medida de presión por antonomasia, la huelga, como forma de exteriorizar
el rechazo y la protesta ante el giro de la gobernanza económica europea
dirigida por la Troika, un conglomerado de poderes públicos y de instituciones
financieras en torno al cual se tejía una convergencia terrible de populares y
cristiano demócratas, por una parte y socialdemócratas de otro que dominaban
abrumadoramente la representación política – y por tanto parlamentaria – en la
Unión Europea.
La huelga fue seguida en líneas generales en los países del sur de Europa
castigados de forma intensa por las políticas de austeridad: Grecia, Chipre,
Italia, España y Portugal fueron los países en los que la medida de acción
colectiva se expresó mediante el rechazo del trabajo, la huelga de las
trabajadoras y de los trabajadores, que fue general toda la jornada en Chipre, Portugal y en España y parcial de
cuatro y dos horas de duración en Italia y en Grecia. En el resto de los
países, hubo huelgas parciales fundamentalmente en los ferrocarriles (Bélgica)
o en Lituania y Lituania en el sector público, pero ante todo porque se
aprovechaba así un conflicto previo. La convocatoria de manifestaciones fue sin
embargo mucho más trasversal, desde Polonia, Rumania y Bulgaria, hasta Francia
y Holanda, con destacada participación – que en aquel momento tenía una
relevancia simbólica muy decisiva – de los sindicatos alemanes. En España, Grecia,
Portugal e Italia, las manifestaciones fueron muy importantes asimismo. Una
crónica de aquella jornada quedó narrada en este blog y puede consultarse en
sus detalles en este enlace La Gran Huelga del 14 de noviembre.
Sin embargo, esta acción también mostró sus limitaciones. No sólo porque ,
como era previsible, exteriorizó la grieta que separa en esta concepción
sindical al modelo sindical escandinavo o austriaco, que son directamente
refractarios a este tipo de movilización “política”, sino que marcó el aislamiento
del sindicalismo británico respecto de los movimientos de los sindicatos “europeos”,
e hizo emerger, en el interior de algunos países del sur, como en Italia, la
división sindical entre las propias confederaciones nacionales, de las cuales
solo la CGIL – y los COBAS- convocaron la huelga que, recordemos, había sido
promovida y convocada por la CES, de la que estos sindicatos nacionales eran
miembros. También exteriorizó que el recurso a la huelga gestionado por los
sindicatos europeos ni era capaz de sobreponerse a las concepciones
nacional-estatalistas que predominan en la cultura de las respectivas
confederaciones sindicales, incluidas las del sur, ni por tanto mostraba la
capacidad de intimidación que debía ir unido a la organización del conflicto.
La jornada de lucha, que en buena parte de escenarios nacionales fue
también de huelga demostraba pese a todo que era posible organizar una acción
coordinada en toda Europa y que por tanto los vínculos de clase del
sindicalismo podían todavía poner en marcha una fuerte movilización de
asalariadas y asalariados europeos. Ese valor simbólico se había podido plasmar
en una experiencia concreta, con las dificultades evidentes que tenía su
concepción y su ejecución.
Privados sin embargo de apoyo político – recordemos la fecha, 2012 – el movimiento sindical estaba aislado,
desconectado de un esquema eficiente de interlocución que permitiera convertir
en un proceso de negociación el curso de las “reformas de estructura” que se
estaban produciendo entonces – y que luego se irían concretando en otros
países, como en Francia tres años después – por lo que consideró que esta vía
no podía ser intentada de nuevo, al menos hasta que se dieran unas mejores
condiciones, especialmente políticas. En cada uno de los países involucrados la
percepción del aislamiento del sujeto sindical y su relativa incapacidad para
poder dar una salida inmediata a las reivindicaciones esgrimidas, paralizando o
al menos limitando los planteamientos de la “nueva gobernanza” económica
europea, hizo que el sindicato se replegara para reorganizarse, iniciara una
conflictividad más difusa a nivel de empresa y sectorial y entablara acciones
parciales en unión con otros movimientos sociales. Ese fue el caso de España, donde ya no se convocaron más huelgas generales, sino huelgas de empresa o de sector - la huelga de la enseñanza del 2013 - junto cn la participación en movilizaciones más transversales, tipo las "mareas".
Lo que esta movilización sindical expresaba era asimismo una situación
general, en tantos países europeos, de malestar social muy agudo, de oposición
frontal a las políticas neoliberales de desregulación, destrucción masiva de
puestos de trabajo y ampliación de la desigualdad social y económica en nuestras
sociedades que las políticas de austeridad y de “establidad monetaria” estaban
propiciando. Esa situación no ha cambiado en estos cuatro años, al contrario,
sin salida política que permita un cambio real de la dirección de la economía y
de la política – o sin que estas opciones tengan la suficiente fuerza para modificar
este rumbo – instalados en una defensa cada vez más difícil de unos derechos
laborales y sociales vaciados de contenido y transformados en su contrario,
como ha sucedido con la precariedad laboral y el mantenimiento de una amplísima
bolsa de no – trabajo, la situación se va deteriorando y está rompiendo de
manera muy preocupante vínculos de solidaridad internacionales y de
consideración humanitaria de flujos incesantes de personas que vienen en busca
de un trabajo y un lugar seguro para vivir.
La huelga europea del 14 de noviembre del 2012 quería demostrar una Europa
que trabajaba reivindicando los derechos fundamentales que deben integrar el
status de ciudadanía que tiene su origen en el trabajo como valor político
democrático central en nuestros sistemas sociales. Es un precedente del que hay
que aprender las experiencias positivas que se llegaron a plasmar y
desarrollar. Y es también un símbolo de lo que podría devenir otra Europa, la
única que puede sobrevivir y no desmoronarse como está sucediendo ahora,
empeñada la dirección política de la UE en una visión neoautoritaria de la
sociedad y de las relaciones laborales que nos conduce al desmoronamiento
europeo y posiblemente a la emersión de tensiones políticas y sociales
extremadamente peligrosas y negativas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario