Nota: La entrada anterior, por error, llevaba un título muy académico, "¿Hemos superado la tesis?" que naturalmente ha producido escalofríos a mas de alguna doctoranda reciente. El título real es el actual, por lo que se reproduce la entrada en las condiciones en las que debería haberse hecho pública.
La crisis económica y financiera que comienza en el crack del 2008 y afecta
prioritariamente al mundo desarrollado, tiene una especial repercusión en la
Unión Europea, presente a partir de la crisis del Euro en el 2010 con Grecia y
que generó la emanación de mecanismos intergubernamentales de estabilidad
monetaria y financiera con intervenciones de soporte a las economías de los
países sobre endeudados sometidas para su concesión a criterios “de estricta
condicionalidad política” que generaron las llamadas políticas de austeridad
que asolaron el sur y el este de Europa a partir de aquella fecha generando un
incremento formidable de la desigualdad, empujando a la exclusión social a
amplias capas de la población y a una devaluación salarial extremadamente
fuerte en todos esos países.
A partir de 2015, y en España especialmente a partir de los procesos
electorales de ese año, se entiende que “lo peor ha pasado” y se abre una fase
denominada de “recuperación” en la que se hace público – con la entusiasta
colaboración de los medios de comunicación - que la crisis ya ha sido superada y que en
consecuencia volvemos paulatinamente a la senda del crecimiento. Los
acontecimientos políticos generaron ciertas turbulencias durante todo el año
2016, que fue un tiempo perdido para imponer un cambio político que era
factible a partir de los resultados electorales de diciembre del 2015, pero
finalmente el Partido Popular, aunque en minoría, pudo constituirse en gobierno
gracias al apoyo irrestricto de Ciudadanos y la abstención activa del PSOE. La
apertura en el 2017 de una nueva estación sindical, con el cambio en las
direcciones de UGT primero y de CCOO después, junto con algunos hechos
laboralmente relevantes en el plano de la regulación jurídica – la absolución
de los sindicalistas procesados por su participación en piquetes, la
continuidad y extensión de huelgas y movilizaciones de empresa y de sector en
torno a los convenios colectivos, el cuestionamiento por obra del Tribunal de
Justicia de la Unión europea del marco regulador de la contratación temporal –
permitió iniciar un debate sobre las consecuencias de la crisis y la necesidad
de recuperar una buena parte de los derechos degradados y sometidos durante la
misma, pero este discurso apenas encontró eco en la opinión pública,
literalmente engullida a partir de septiembre por los sucesos catalanes, que
concentraron toda la atención mediática y emocional, borrando incluso
iniciativas muy importantes como la marcha de las pensiones efectuada entre el
final de septiembre y la primera semana de octubre.
Estos son los sucesos que han permitido que en la opinión pública se dé por
supuesto que ya no hay crisis. El discurso dominante señala que la crisis ha ya
desaparecido y que en su lugar encontramos un momento indeciso de crecimiento y
desarrollo que permite mirar hacia adelante con optimismo. Los costes de la
crisis, si se mencionan, se entienden efectos naturales de la recuperación. De
esta manera se consiguen a la vez dos objetivos importantes. De un lado, se
asegura implícitamente la irreversibilidad de las “reformas estructurales” que
en el período más álgido (2010 – 2014) se han venido materializando en nuestro
país como efecto de las llamadas políticas de austeridad que se aplicaron de manera
autoritaria a los países sobre endeudados del sur y este de Europa. De otro
lado, se instala en la opinión pública el convencimiento de que la única forma
de obtener empleo se produce desde la aceptación de la desigualdad salarial y
de la precariedad como regla, originando subjetividades cómplices con el
proceso de acumulación, refractarias a cualquier planteamiento colectivo tanto
del problema como de su solución.
La narrativa sindical, por tanto, junto con otras narrativas críticas de la
realidad que diseñan proyectos alternativos, se opone decididamente a este
discurso dominante que legitima el dominio y la servidumbre voluntaria ante el
mismo. El relato sindical es un discurso potente al subrayar no sólo los
elementos lesivos para los derechos de los trabajadores, denunciar la
precariedad y la fragmentación del trabajo y las cada vez mayores situaciones
de desprotección social, sino porque posee instrumentos de regulación y de
recomposición del trabajo concreto a través del conflicto y de la negociación
colectiva y es capaz de actuar simultáneamente en los diferentes planos o
escalas donde crea reglas colectivas y vinculantes que permiten reconocer en
mayor o menor medida que el trabajo no es solo un objeto de comercio, que forma
parte de la personalidad individual y crea la cohesión social decisiva para
fundamentar una condición de ciudadanía que no acepta ser considerada desigual
y subalterna.
No es desde luego el único relato que permite armar una conciencia crítica
sobre la realidad social y la necesidad de su cambio. Hay otros relatos que
buscan desde perspectivas diferentes esa misma finalidad, y que en muchos
momentos son más amplios y profundos que el sostenido por el sindicalismo sobre
la base de la centralidad del trabajo. Los feminismos han construido un
proyecto vigoroso y radical que exige un nuevo pacto sexual y un nuevo pacto
colectivo sobre premisas radicalmente opuestas al modelo de acumulación en el
que nos movemos. Es importante crear las condiciones para que estos relatos que
cuestionan el sistema económico, social y político sobre bases emancipatorias y
de desbordamiento democrático, puedan confluir y retroalimentarse de manera
productiva.
Este es uno de los motivos por los que la convocatoria por CCOO y UGT de
dos horas de paro en cada turno para el 8 de marzo significa un paso adelante
muy importante en la confluencia de este tipo de planteamientos alternativos,
generando así una práctica que va mucho más allá de la acción de declarar una
huelga en correspondencia con la convocatoria que ha efectuado el movimiento
feminista. Se trata de considerar un espacio común de trabajo político e
ideológico, de hacer converger los análisis provenientes de la centralidad del
trabajo con los planteamientos fundamentalmente basados en la condición de
género y en una economía feminista que en muchos momentos tiene que ser
conocida y reconocida por el discurso sindical.
De esta manera, mediante la confluencia de narrativas alternativas y
críticas, se puede combatir con más eficacia la visión apaciguadora y
mistificadora de que la crisis ha sido superada. La crisis por el contrario
permanece, es una situación de desigualdad y de injusticia que es connatural a
un modelo de relaciones sociales y de relaciones de trabajo que se confronta
decididamente con planteamientos igualitarios y democráticos. Tras la
utilización de las medidas de austeridad como una situación de excepción para
suspender y degradar derechos sociales fundamentales, se quiere ahora acomodar
la “superación” de la crisis con la implantación de un modelo neoautoritario de
relaciones de trabajo en el que el sometimiento individual de las personas que
logra mediante la violencia del mercado y la erosión del poder colectivo
sindical. No es por el contrario una situación irreversible. Ya se tendrá
ocasión de verificarlo a lo largo del presente año. Comenzando con el 8 de
marzo próximo.
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