Es
ineludible en estos días referirse a los debates sobre las elecciones generales
del domingo 28 de abril. Los periódicos no hablan de otra cosa, en especial
tras la mesa redonda de ayer lunes en RTVE entre los cuatro candidatos a
presidir el gobierno y el de esta noche en Atresmedia. Hay muchos análisis
sobre la forma de presentarse en el debate, la tonalidad adoptada, la diferente
posición de cada uno de los dirigentes de las cuatro formaciones que debatían. También
sobre los silencios – no el que de manera tan afectada como forzada mencionaba Rivera en su “minuto de oro” que
resultó un tanto patético – que emergían del debate, fundamentalmente el que
hacía deducir que la opción de gobierno PSOE – Ciudadanos es una posibilidad
muy real que maneja el PSOE frente a la cual solo cabe para los votantes de
izquierda de este país consolidar un fuerte grupo parlamentario de Unidas
Podemos, tal como se desprendía de la reiterada y no contestada pregunta de Pablo Iglesias. El caso es que todos y
todas – o al menos una gran mayoría de la población - comentamos y conversamos a partir de estas
discusiones públicas directa o indirectamente, hayamos o no visto el espacio de
gran audiencia televisiva que luego es replicado y comentado por todos los
medios de comunicación.
Se dice que los debates
televisivos buscan ante todo captar el voto de quienes aún no han decidido su
voto, y este enfoque es uno de los que se resaltan en los comentarios – además
de los detalles sobre la presencia y la presentación de los respectivos
programas – de manera que se valora el mensaje emitido y la capacidad de
convicción el mismo. Muchas personas seguimos viendo en este ejercicio
democrático que debería normalizarse sobre la base del nuevo diseño del sistema
de partidos ya nunca más bipartidista una forma de generar un conjunto de
informaciones para que la ciudadanía pueda elegir conscientemente entre los diferentes
proyectos de sociedad que se le ofrecen y votar en consecuencia a las
formaciones políticas con cuyos programas esté más de acuerdo. Por eso muchos
insistimos en la necesidad de que los debates aborden las cuestiones más
importantes para el conjunto de la sociedad, que se discutan por tanto
elementos centrales de su configuración estructural, en especial lo relativo a
la regulación de las relaciones laborales, las condiciones de existencia social
y la seguridad frente a los estados de necesidad, la lucha contra la injusticia
social, más aún en un momento histórico como el actual en el que se puede y se
debe valorar el efecto que las políticas derivadas de la gobernanza europea
generaron sobre la población española en términos de incrementar la
desigualdad, imponer una profunda devaluación salarial y recortar derechos
sociales.
Sin embargo, no es esa la
orientación que se aprecia por parte de las fuerzas de la derecha, entendiendo
por tales a Vox (ausente ayer del debate salvo en las escasas referencias que
hicieron Sánchez y, marginalmente, Iglesias), PP y Ciudadanos, este último
convertido en un líder del nacionalismo español más recalcitrante. Estas tres
formaciones políticas que ayer propusieron un gobierno entre las fuerzas
“constitucionalistas”, en el que incluían sin nombrarlo a un partido como VOX y
excluían expresamente – incluso impidiéndoles entrar en el parlamento español
mediante una modificación de la ley electoral – a los partidos nacionalistas, a
la izquierda y al PSOE, mantienen un
discurso plenamente irracional, porque nadie puede pensar que el presidente del
gobierno del PSOE sea un peligroso
radical que ha vendido España a los nefastos independentismos, catalán y
“proetarra”, flanqueado de perroflautas, feminazis y comunistas, como
normalmente se refieren a Unidas Podemos. Al margen de lo ridículo de la
imagen, este planteamiento es plenamente ofensivo de una visión democrática del
pluralismo político, porque se niega existencia política a las ideologías con
las que se confronta el ideario reaccionario de las derechas. Nadie puede creer
que esas fuerzas políticas quieran representar a España, considerando anti
español a más del 50% del electorado, insultando y mintiendo descaradamente en
sus afirmaciones.
El eje del discurso irracional de
la derecha se basa en datos falsos y en afirmaciones plenamente discordantes
con la realidad, con detalles verdaderamente risibles si no fueran indignantes:
definir los presupuestos pactados con el grupo confederal Unidos Podemos-En
Comú Podem – En Marea y el gobierno del PSOE en octubre del 2018 como presupuestos “comunistas”, entender que
gravar las rentas altas con un 50% es confiscatorio, o alegar el caso de un
niño de diez años arruinado por no poder pagar el impuesto de sucesiones, como
ejemplo que habilita la supresión de este impuesto, son unos cuantos detalles entre
tantos otros de un debate público que causan vergüenza ajena por su pobreza intelectual
y su sectarismo ideológico. No hablemos de la insistencia en el indulto de
quienes aún no han sido condenados por rebelión/sedición o de la supuesta venta
de España al independentismo sobre la base de haber entablado conversaciones
con las autoridades de la Generalitat catalana, el insistente juego con los
símbolos de la unidad patria, la enseña nacional y el resto de la parafernalia
nacionalista y paramilitar en el que están incursos. Y el silencio – otro más –
de estos partidos que se atribuyen la condición excluyente de “constitucionalidad”
sobre el espionaje orquestado por un grupo de policías al servicio del poder
público sobre Podemos para intentar alegar pruebas falsas sobre su financiación
bolivariana o incluso iraní, que fue profusamente aireado por los medios de
comunicación que no realizan ninguna autocrítica actual al conocer este hecho
de manipulación instigada por el poder.
Cabe preguntarse si esta
estrategia electoral que se apoya en esta exaltación irracional de falsedades y
de imputaciones inexactas como pauta de actuación, alejándose conscientemente
de un debate político sobre opciones de fondo tiene alguna razón de ser. Unai Sordo, en su muro de Facebook ha
reflexionado sobre esta cuestión que suscita muchos interrogantes a la gente de
izquierda, y ha entendido que este proceso busca promover una lógica del voto
por negación en clave reactiva, en el que lo decisivo es votar contra algo, no
en favor de un programa concreto. Lo explica muy bien de la siguiente manera: “Hay
una reactividad latente, de emotividades, despolitizada porque ha segregado la
idea con la que la persona configura su opción política (¿cómo organizamos lo
común?) de su interés político (¿cómo me interesa a mí organizar lo común?). La
información es fragmentada, sin relato continuo, dosificada a través de una
especie de “puntillismo” virtual que a diferencia de los cuadros impresionistas
no busca un resultado final armonioso, sino una especie de zafarrancho
permanente. Ruido. Por eso cualquier majadería de barra de bar ha pasado a ser
casi categoría política. Hay quien va a ir a votar como quien va a una cruzada
contra la anti-España. Es decir contra quien creen que cuestiona el marco de
seguridades, de simbologías, de certezas. Marco que el neoliberalismo, el
individualismo, el nihilismo, la despolitización, han puesto patas arriba en
las últimas décadas. Pero que lejos de identificar “el culpable” en esa
hegemonía postmoderna del liberalismo globalizado, lo busca en su catálogo de
enemigos que cuestiona sus certezas porque rompen algunos elementos de las
mismas”.
Este hecho hay que ponerlo en relación con la pulsión antifeminista que
aparece en los discursos electorales de las tres derechas, con mayor énfasis en
Vox, pero con importante seguimiento en los programas de gobierno de la Junta
de Andalucía o en el propio argumentario del PP y de Ciudadanos, en el que se
por otra parte se confronta un feminismo liberal al anticapitalista, una de las
pocas veces en las que la noción de anticapitalismo asoma de manera explícita
al debate. Este antifeminismo – a cuyas militantes Vox y Hazte Oir denominan
directamente feminazis – supone un rasgo caracterizador único de la situación
política española. En otras naciones de Europa en las que están irrumpiendo con
fuerza posiciones nacionalistas de extrema derecha, el tema clave es el de la
inmigración – y el discurso fundamental el de la xenofobia – pero nunca se ha
comprometido contra el feminismo como sucede en la derecha española. Ésta pone
más énfasis en la defensa del patriarcado que en la xenofobia racista. Es
evidente que el elemento de transformación personal y a la vez con dimensión
política más potente que hoy en día existe es el feminismo, y, que éste, como
señala también Unai Sordo, cuestiona
roles para quien no está preparado a asumir los nuevos modelos de masculinidad,
de manera que negar, degradar y restringir el alcance de ese discurso feminista
es clave para oponerse a todo aquello que puede poner en riesgo la estructura
de poder básica en las relaciones privadas y personales, “nuestra forma de vida
como españoles”. Y esa reformulación patriarcal de un lenguaje agresivo se
desplaza hacia la reivindicación de elementos antropológicamente pintorescos y
retrógrados, la religiosidad ante las imágenes sagradas, el desfile de los
legionarios ante un cristo yacente, la quema de Judas en la Semana Santa, que
se une a la exaltación de la caza, las corridas de toros. Una forma de
construir el relato político muy alejado de los parámetros de la racionalidad
política que domina las fuerzas de izquierda.
Lo importante, en realidad, es
que en este contexto las propuestas socioeconómicas de las derechas están
pasando casi inadvertidas. El despropósito en el que éstas incurren respecto a
la bajada (y eliminación) de impuestos es evidente, con lo que esto significa
de carencia de financiación de las prestaciones sociales y de los servicios
públicos. Si lo llevaran a efecto, provocarían un nuevo descenso de los
recursos públicos para luchar contra la desigualdad y pondrían en riesgo
importantes partidas de los presupuestos sociales. Realmente este programa
económico, cuyas consecuencias se falsean voluntariamente en un patético
ejercicio de falsedad e ignorancia, conduce a la contracción violenta del
Estado social y a la reducción significativa de programas y prestaciones
sociales. No hablan tampoco explícitamente de la debilitación de las garantías
de empleo y la consolidación de la precariedad laboral – y social – como base
del modelo económico que se quiere promover, pero este es el eje de su
programa, que sin embargo no se pone al descubierto. La intensidad neoliberal
de este proyecto de las derechas quiere profundizar en los aspectos más
regresivos de la reforma laboral del 2012, sin que a su vez, por parte del PSOE
quede clara la voluntad de modificar de forma radical el cuadro normativo en
materia de relaciones de trabajo.
Se está construyendo una realidad
virtual alimentada de fogonazos inconexos y de información segmentada, sesgada
e intencionalmente falsa, que se relaciona con los miedos, recelos,
inseguridades o fallos que cada cual, individualmente, alimenta en este tiempo
de post-crisis del que no se vaticina fácilmente la salida colectiva. El análisis
de la situación actual no lleva consigo una hipótesis de transición social
articulada en torno a un nuevo sujeto político que trascienda la forma partido,
ni se prevé un proceso de subjetivización nuevo más allá de las categorías
abstractas y formales que tienen una categorización político-democrática
pacíficamente aceptada, como la de ciudadanía, pero a su vez dotada de enormes problemas
de determinación desde la complejidad de una clase – la clase trabajadora – en mutación.
El espacio electoral hoy se encuentra sometido a una serie de pulsiones que
construyen el relato y la resultante elección política muy alejados de las
coordenadas de un pensamiento democrático todavía anclado en la modernidad
tardía del siglo XX. Ya veremos en qué medida este hecho influye en las
elecciones del próximo domingo.
Mientras lo comprobamos, no
cejemos en solicitar el voto. La participación democrática siegue siendo un eje
central en la construcción de nuestros sistemas políticos. Y escuchemos /
visionemos el debate de esta noche para seguir construyendo el relato
progresista e igualitario que el país necesita pese a la irracionalidad
reactiva y emocional del discurso de las derechas. Continuará / à suivre…
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