Abril ha
amanecido con la noticia del fallecimiento de Sánchez Ferlosio, un autor
con el que varias generaciones han compartido etapas de formación, recuerdos de
adolescencia, retazos de vida pasada. Pertenece a una raza de pensadores
indómitos y, como se dice en la jerga periodística, inclasificables, lo que
viene a querer decir que era capaz de dominar todos los géneros.
Rafael Sánchez Ferlosio, hijo de un ideólogo de la Falange, Sánchez Mazas, más recordado hoy por Soldados de Salamina que por su actuación
en favor del fascismo o su faceta de periodista, ha sido siempre un escritor
venerado y a la vez difícil. Para muchos de mi generación, su hermano Chicho era un referente prodigioso en su
capacidad de poemar canciones que luego escucharíamos en otras voces, y él era
el autor de una novela seca y terrible, El
Jarama, que muchos conoceríamos veinte años después de que la hubiera
escrito, ligándola a otros escritores que también entonces frecuentábamos por
primera vez, porque nunca se había hablado de ellos en el colegio o el
instituto: Ignacio Aldecoa, Jesus
Fernandez Santos, Juan García Hortelano, o, para mí más cercano desde sus
obras de teatro, Alfonso Sastre. Todavía
entonces creíamos que era la pareja de otra grande, también desconocida, Carmen Martín Gaite, de mayor estatura
literaria cuanto más tiempo pasa desde aquel que aquí se evoca.
A Ferlosio le leíamos en El
País, donde le protegía Javier
Pradera, casado con su hermana, unas páginas de opinión que estaban
escritas de manera inolvidable, cultísimas y rebosantes de lucidez, corrosivas
como el vitriolo. Este es el perfil del autor que más se ha mantenido en mi
memoria, alimentado por regalos de amigos como Joaquín Aparicio para quien era un autor de culto. De hecho el
último libro que tengo leído de él, titulado como las primeras letras del
teclado de la máquina de escribir, QWERTYUIOP,
que contiene sus artículos sobre enseñanza, deportes, televisión, publicidad,
trabajo y ocio, es un regalo de Reyes del año pasado de Joaquín. Se le define, con razón como “uno de los más grandes prosistas
de la lengua española” y fue galardonado, felizmente, con grandes premios, el
Cervantes y el Nacional de las Letras.
Hoy este blog lamenta su pérdida.
Y recomienda la lectura de sus ensayos, tan bien escritos como ferozmente
sarcásticos.
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