Maria José Alonso falleció ayer, en la tarde del 17
de junio. Estuvo cinco días en sedación paliativa, acompañada de su marido y
compañero de vida y sus dos hijos. En su entierro de hoy, se ha leído por
Joaquin Aparicio estas palabras que he escrito para ella.
Querría que estas palabras pudieran leerse en este momento
triste. Joaquin Aparicio lo hace por mí y me sustituye en este acto al que no
puedo asistir y en el que, como tantos de vosotros, no hubiera querido nunca
estar presente.
Maria José Alonso Güervos no era solo la mujer de Luis
Collado. Ese era el motivo por el que la conocí, la conocimos todos quienes
formamos parte de la Universidad, del área de Derecho del Trabajo de la UCLM.
Nos abrió su casa y nos acompañó en nuestra experiencia de vida y de trabajo.
Joaquin Aparicio, Jesus Rentero, Maria Jose Romero, Jose Luis Prado, Paco
Trillo, y tantas otras personas que rotaban en torno a las jornadas del
Gabinete, en seminarios y encuentros de CCOO y de la Escuela y luego Facultad de
Relaciones Laborales. No le gustaba a Maria José aparecer en las cenas y
comidas oficiales, reservaba su tiempo para conocer a las personas en un
espacio más privado, discreto, donde se podía ir construyendo relaciones
horizontales y directas de compañerismo y de camaradería compartiendo charlas y
encuentros de todos y todas estas personas con Lola Martínez, su gran amiga,
con Enrique Lillo, con Encarna Tarancón. Su presencia era siempre íntima, nunca
artificial.
Maria Jose era una docente entusiasta y comprometida. Vivía
la historia y la recreaba en sus clases, en la relación con los estudiantes, en
su comprensión de los hechos y de las cosas. Vivía la historia y quería cambiar
la historia cambiando la vida de la gente. No soportaba la iniquidad de los
tiranos ni la mansedumbre de los súbditos, odiaba la explotación de las
personas y luchaba por la emancipación del género humano como recita la
canción. Luchó para impedir que, como en otras épocas, “el niño repitiera la
lección / con la España de Franco sentada en sus rodillas”. Era además una
lectora incansable, prefería la novela a los ensayos, y de su curiosidad
literaria pueden dar buena cuenta los amigos de la Popular y Ángel Collado.
Maria José ha creado con Luis una familia maravillosa. Cuando
Luis y María José me admitieron como invitado en su casa, y me asignaron un
cuarto para mi, una especie de tío soltero que acudía dos veces por semana,
Pablo y Carlos, aun pequeños, recelaban de que ese amigo de sus padres no se
comiera sus bocadillos y les dejara sin un bocado con el que afrontar el
almuerzo en el cole y en el instituto. Cuanto nos hemos reído con eso. Y hoy los
veo a los dos ya tan mayores, con su vida y sus afectos encarrilados, y con sus
hijos, esos nietos que ella adoraba y que la adoraban. El terreno de los
afectos donde su huella es imborrable aquí, en Madrid o en Lima.
Hemos recorrido juntos el curso de las cosas en los 35 años
desde que nos conocimos. Nacimientos, bodas, viajes, paseos, decepciones
personales, enfermedades, muertes de seres queridos. Hemos compartido mucho a
través de una complicidad mutua traducida en relatos e historias que nos
comunicábamos tanto en nuestros encuentros como en nuestras tan frecuentes
llamadas telefónicas. A lo largo de toda su enfermedad, que asumió con esa
lucidez y firmeza con la que nos irradiaba, nos hizo comprender la compleja facilidad
con la que se podía abordar simultáneamente la lucha por la vida y la aceptación
de la muerte. Una forma de estar y de ser que creo que a todas y todos quienes
la conocimos nos impresionó fuertemente.
Hay una canción que canta Adriana Varela en la que se dice
que apenas hay cambios en la vida de las personas salvo el que provoca la
ausencia de “los que se fueron”. Ese vacío es el que impregna nuestro tiempo, que
nos sorprende al comprender de golpe que una gran parte de nuestros afectos
estaban depositados en una relación que ahora ha desaparecido con la persona
que los sustentaba. Ese es el cambio al que se expone nuestra vida, el que
provocan “los que se fueron”, dejando un rastro de cariño y de amor que no
podrá borrarse nunca, una traza indeleble en nuestro recuerdo. Hay desolación
pero también memoria. Y cariño y amistad.
Maria José decía siempre que lo importante era “los que se
quedan no los que se van”. No es cierto, pero siguiendo su opinión, hoy más que
otros días tenemos que abrazar a Luis, a
Pablo y a Carlos porque la han querido tanto como ella los quiso siempre.
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