(Además de lecturas, en la pausa estival se consumen helados, como se puede comprobar en la fotografía, pese al atuendo invernal de los retratados)
Cuando se acerca lo que viene a denominarse la “pausa estival”, las lecturas de las que se hace acopio como objetivo del verano, son muy variadas, y se relacionan con intereses muy diversos. Normalmente la literatura y la poesía son los géneros predilectos para frecuentar en vacaciones. Pero en no pocas ocasiones, el descanso del profesor tiene que acompasarse a los compromisos de septiembre o los proyectos de investigación que se deberían iniciar en el nuevo curso. A continuación se listan algunos títulos dedicados, desde perspectivas muy diversas, a la historia social y del movimiento obrero, que además tienen un entronque muy decidido con la estancia del titular del blog en Buenos Aires la semana pasada.
En efecto, uno de los primeros títulos se dedica al análisis de la situación de la clase obrera argentina en el primer centenario de la independencia, en el 1910. Se trata de un libro que reúne varios trabajos de investigación sobre la situación de la clase obrera y el movimiento organizado en la Argentina oligárquica que, tras los destellos del paso del cometa Halley, festejaba el centenario de la independencia del poder colonial español declarando el estado de sitio en la ciudad de Buenos Aires para reprimir la amenaza de huelga general convocada por los sindicatos anarquistas y socialistas. A través de la convocatoria de un premio que concitara la presentación de trabajos de investigación sobre este período, la Central de Trabajadores Argentinos y el Programa de Investigación sobre el movimiento de la sociedad argentina (PIMSA), han conseguido un conjunto de estudios que no sólo enseñan que el movimiento obrero en aquella época no sólo estaba localizado en Buenos Aires y en Rosario, sino que se extendía por otras muchas ciudades y provincias argentinas, a la vez que trabajan principalmente las fuentes obreras, la prensa y los documentos de los sindicatos, la importancia de los centros obreros como ámbitos de cultura, con especial atención a la ideología anarquista dominante en el movimiento obrero de la época. El libro se denomina La clase obrera y el centenario (1910), CTA, Buenos Aires, 2011, 308 pp, y entre sus autores se citan a Gustavo Contreras, Vanesa Teitelbaum y Alvaro Orsatti.
Estos trabajos revelan una indicación clara del sindicato no oficial Confederación de los Trabajadores Argentinos – “simplemente inscripto” en la terminología legal argentina, frente a los que gozan de “personería gremial” plena, en un sistema que unánimemente se considera vulnerador de los principios de libertad sindical – para asimilar la presencia sindical alternativa y autónoma de la CTA más allá del sindicalismo peronista “clásico”, en un contexto mucho más amplio y con influencias diversas. A esta finalidad se dirigen claramente dos interesantísimos “cuadernos” sobre la historia del movimiento obrero argentino, realizados por Víctor di Gennaro, que fue el histórico primer secretario general de esta Confederación sindical y que enseña en la Universidad de Lanús en una cátedra denominada, de forma explícita “Historia del movimiento obrero: aproximación desde los trabajadores” (Ediciones CTA, Buenos Aires, 2010). En estos cuadernos de historia del movimiento obrero argentino, el primero se dedica a estudiar cómo emerge la autonomía de clase, el proyecto de una nueva sociedad en su primer intento, que coexiste con la actividad de la Federación Obrera de la República Argentina y sus anclajes ideológicos anarquista y socialista, mientras que en el segundo se examina el período que va de 1922 a 1955 bajo el título de “reorganización de nuestra fuerza y primera experiencia de gobierno”, estableciendo un nexo entre la sangrienta represión del movimiento obrero entre 1919 y 1922 y la reorganización progresiva de clase que conduce, a través de importantes discontinuidades, a la experiencia de gobierno peronista en la cual participaban, por primera vez, los trabajadores. El texto de Di Gennaro enfoca este período desde una perspectiva no muy común, privilegiando el conflicto de clase como criterio explicativo de la misma, y explicando la formación de un cuadro institucional nuevo – la Constitución de 1949 – a partir de estos hechos. Ni que decir tiene que resulta un texto de enorme interés para “leer” la plasmación del sindicalismo argentino en torno a – y a través de – el partido justicialista y la conquista del poder político y del Estado.
Unas lecturas llevan con frecuencia a otras, y en esta exploración sobre aspectos del movimiento obrero organizado, resultaba interesante recoger la formalización – desde la actualidad – del pensamiento anarquista sobre el derecho. El Grupo de Estudio sobre el Anarquismo ha publicado, en efecto, El anarquismo frente al derecho, Libros de Anarres, Buenos Aires, 2007, 296 pp, que es un librito interesante en el que se resume a través de estudios monográficos, el pensamiento jurídico anarquista sobre múltiples aspectos, entre los que destacan los relativos a la propiedad, al trabajo y salario y el contractualismo como forma de expresión política unido a la acción directa. En ese mismo registro, la imprescindible colección “Crítica del Derecho” de la Editorial Comares, dirigida por José Luis Monereo, acaba de publicar de Georges Sorel, Reflexiones sobre la violencia, Comares, Granada, 2011, 230 pp, precedida de una introducción obra del director de la colección. En esta importante obra, Sorel reflexiona sobre la lucha de clases y la violencia en un contexto de decadencia burguesa y de prejuicios sobre la violencia, analizando de forma brillante la huelga proletaria y la huelga política general como elementos centrales en la definición de las facultades de acción – y de organización – del sindicalismo revolucionario.
Antes de esa “conciencia organizada para la acción” están los proletarios como trabajadores y como sujetos que actúan en la sociedad con arreglo a una ideología determinada en el ámbito de unas precisas condiciones materiales de existencia. Reconocer el discurso en el que se movían aquellos primeros proletarios entre 1830 y 1848 es un reto para el investigador social, y no digamos nada para el jurista del trabajo. Por eso, la lectura en español de la ya antigua obra de Jacques Rancière, La noche de los proletarios (Archivos del sueño obrero), Tinta Limón ediciones, Buenos Aires, 2010, 539 pp., es enormemente sugestiva al trabajar casi exclusivamente con el relato y la palabra de los obreros revelando un mosaico de formas de trabajo, de vida y de ideología muy diversas. Empeñado en “romper los estereotipos de lo obrero”, Ranciére subraya continuamente la tensión entre el dominio y la emancipación que recorre las trayectorias antropológicas y las identidades sociales de los proletarios a través “de la mirada y la palabra, las razones y los sueños de los protagonistas del libro”. En él reviven las historias de “centenares de proletarios que tenían 20 años en torno a 1830 – en Francia – y que habían decidido, cada uno por su cuenta, no soportar más lo insoportable: no exactamente la miseria, los bajos salarios, los alojamientos nada confortables o el hambre siempre próxima, sino más fundamentalmente el dolor del tiempo robado cada día para trabajar la madera o el hierro, sin otro fin que el de conservar indefinidamente las fuerzas de la servidumbre junto a las de la dominación”. Es un texto en el que los “deslizamientos” de la historia a la cultura, la filosofía y la política son constantes, y que permite encontrar claves de lectura de otros textos y plantear también hacia adelante figuras del trabajo precario y subalterno desarrolladas culturalmente en un espacio “intersticial”, en las “fronteras inciertas entre los modos de vida y las culturas”.
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