(En la foto, Joaquín Aparicio en el Curso de Toledo habla de los derechos de Seguridad Social como eje vertebrador del Estado social)
El sindicalismo se define por su anclaje en la realidad social, en los lugares de trabajo, desde donde procede a elaborar formas de acción y experiencias que se condensan en reglas sobre la retribución y el tiempo de trabajo, las condiciones en las que éste se presta y la forma de mejorarlas. En una fusión entre el proyecto propio, las circunstancias concretas en las que éste se expresa, la capacidad de movilización del colectivo afectado y la solidez de las decisiones del empresario, la actuación del sindicato se puede plasmar en el acuerdo colectivo o en toda una gama de soluciones entre las cuales la acción a través de los tribunales es también relevante.
El sindicalismo se define por su anclaje en la realidad social, en los lugares de trabajo, desde donde procede a elaborar formas de acción y experiencias que se condensan en reglas sobre la retribución y el tiempo de trabajo, las condiciones en las que éste se presta y la forma de mejorarlas. En una fusión entre el proyecto propio, las circunstancias concretas en las que éste se expresa, la capacidad de movilización del colectivo afectado y la solidez de las decisiones del empresario, la actuación del sindicato se puede plasmar en el acuerdo colectivo o en toda una gama de soluciones entre las cuales la acción a través de los tribunales es también relevante.
En tanto figura de representación
general del trabajo, el sindicalismo también tiene que desplegar una actuación
potente frente a los poderes públicos, puesto que es en esta dimensión
socio-política en donde se juega la regulación tanto de los derechos de
seguridad social como los derivados de políticas fundamentales para la
definición de las condiciones de existencia de la clase, como las políticas de
empleo, las políticas fiscales, la sanidad o los servicios públicos de interés
general. El propio marco institucional que disciplina las relaciones laborales
entra también en el ámbito de la interlocución política del sindicalismo,
normalmente a través de un proceso tripartito de diálogo social. Esta dimensión
de la acción sindical la hace incidir directamente sobre la esfera de la
política y por ello se habla con propiedad del sindicato como un sujeto
político, que elabora y defiende un propio proyecto de regulación social
diferenciándose de otras formaciones colectivas de representación general de la
ciudadanía por su origen directamente conectado con el trabajo remunerado y por
los medios de los que se vale para ejercitar su influencia en la generación de
las normas sobre estas materias, que son los instrumentos clásicos de la acción
sindical, consulta y negociación, movilización social y huelga.
La relación entre la política y
el sindicato por tanto se suele reconducir a la bilateralidad que se establece
entre el sindicalismo y los poderes públicos, frecuentemente inserta en un
mecanismo en el que interviene también la representación del empresariado y que
se denomina diálogo o concertación social. Este carácter tripartito no debe
borrar lo que es esencial y es la relación directa de interlocución que el
sindicalismo establece con la capacidad de normación que tienen los poderes
públicos en el ámbito de sus respectivas competencias, y que por consiguiente
mantiene su autonomía sin depender ni hallarse condicionado por la búsqueda
razonable de un acuerdo con todas las partes presentes en la concertación
social. Una autonomía, la de lo político, que fundamentalmente se predica del
gobierno en tanto poder público y que le permite además establecer otro tipo de
interlocuciones con los sujetos directamente relacionados con la representación
ciudadana a través del procedimiento electoral y su función en un sistema de
pluralismo político y construcción de mayorías que sostengan la acción de
gobierno.
La visión de la política desde la
perspectiva sindical está condicionada por la manera en la que se concibe la
acción sindical con carácter general y que conecta la intervención sindical en
las empresas y en los sectores de producción con la lógica reivindicativa y de
consolidación de posiciones de garantía de derechos laborales que también se
extiende a la relación bilateral con los poderes públicos. Es decir se concibe
la política como un medio para conseguir resultados concretos, una cuestión que
para cualquier sindicalista aparece como una conclusión obvia y segura.
No es esta sin embargo la
orientación de sentido con el que actualmente se presenta el ámbito de la política
desde los planteamientos de algunos partidos o desde la representación
mediática de este terreno. Mientras que al finalizar el año el acuerdo
presupuestario entre el gobierno y el grupo confederal de Unidos Podemos
permitió que se asomara a la discusión y al debate el tema estrella del acuerdo
sobre el salario mínimo, o posteriormente el preacuerdo del gobierno con los
sindicatos en la mesa del diálogo social sobre la derogación de aspectos
centrales de la negociación colectiva, llevó a primera página la discusión
sobre la función y los límites del diálogo social y la necesidad de cambiar el
marco legal para que la negociación colectiva pudiera incrementar su efectividad
en línea con lo pactado en el IV AENC, a partir de las elecciones andaluzas de
diciembre del 2018, el debate socio-económico ha prácticamente desaparecido del
espacio de la política.
La situación actual es muy
decepcionante porque el debate político en estos dos últimos meses se conduce a
través de un largo proceso de desinformación y de manipulación ideológica,
centrando el interés en un cierto metalenguaje de las élites políticas y de los
formadores de opinión, muy alejado de lo que constituye el eje de la cotidianeidad
de la ciudadanía, las condiciones de trabajo y los derechos de seguridad
social, sobre cuya regulación no hay un debate actual ni forma parte del
discurso habitual de la gran mayoría de la fuerzas políticas, en especial de la
oposición al gobierno en España personificada por el Partido Popular y
Ciudadanos, que no incorporan estas materias a la representación de la realidad
que ofrecen en su discurso.
De hecho, la deriva del discurso
político dominante hacia lo inconcreto y su sustitución por un conjunto de
convenciones lingüísticas sin constatación empírica o decididamente confrontadas
con los datos de los que se dispone, es un fenómeno que no parece remitir sino
que se acelera conforme va avanzando el año, de forma que aparece
mediáticamente como la única manifestación posible de la acción política. En
algunos momentos esta tendencia se expresa de manera explícita, como ha
explicado recientemente el líder del PP con ocasión de la presentación de los
candidatos de este partido en las elecciones autonómicas y municipales que se
celebrarán en mayo de este año. Para este líder político de la oposición, no es
preciso elaborar un programa que detalle las actuaciones concretas que la
política municipal o autonómica del PP va a llevar adelante si obtiene el
gobierno del Ayuntamiento o de la Comunidad autónoma. Esta práctica, que
relaciona la acción política con los intereses concretos de los vecinos y de la
ciudadanía en barrios, municipios o regiones, se define ahora como un hecho
perjudicial – “esos programas eternos que no leen ni los candidatos” – y debe
ser sustituido por la enunciación de ideas generales –“las que han funcionado
siempre, las de Smith y las de Friedman”- no detallando ni precisando por tanto
la concreción de estas ideas.
En esta declaración pública
aparecen claramente las líneas por las que discurre hoy el debate político
dominante. El discurso fluye ahora exclusivamente sobre las grandes nociones
abstractas de fuerte contenido ideológico, sin contenido real, que no deben ser
lastradas por datos derivados de la realidad social, económica o política. En ese
proceso, por tanto, no solo se difumina la referencia a la materia económica y
social, sino que estos temas se abordan desde una serie de palabras de orden –
liberalización, desregulación, menos estado y más sociedad – que no pueden ser
interceptadas por ningún tipo de comprobación empírica ni por consiguiente
soporta análisis críticos de la forma en la que se quiere trasladar a la
realidad social esos grandes principios generales. La insistencia en sintonizar
el campo del discurso político con nociones genéricas enunciadas como principios
de desarrollo incierto pero dotadas de una potente energía ideológica que
confronta en el plano de la eficacia y de la victoria a un discurso que se
enuncia también en forma genérica e indeterminada como un pensamiento antiguo y
derrotado – el socialismo – y contrario a la libertad y al mercado, pero
siempre cuidando que el debate no pueda anclarse en una propuesta concreta ni
en un proyecto detallado.
No es necesario recalcar que esta forma de
considerar la política es enormemente negativa. Desincentiva la participación
de la ciudadanía y evita que se pueda crear opiniones formadas sobre proyectos
reales que afecten a las condiciones concretas de existencia de las personas concernidas. Procura además el confinamiento del debate político sobre la
regulación del trabajo y de la protección social en el ámbito restringido del
sindicato, al que se le niega el acceso al escenario principal de la acción política,
ocupado en exclusividad por el discurso mixtificador vigente que crea falsa
conciencia.
Reaccionar contra esta tendencia
es algo importante que debe irse materializando a través de la progresiva
afirmación de la forma de contemplar la política por parte del sindicalismo. La política debe servir para cambiar las cosas
en lo concreto. Recordar ese elemento central en la conformación de la
participación democrática es hoy un objetivo prioritario.
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