(Fotos de la manifestación del sábado tomadas de www.eldiario.es )
El sábado la calle de Madrid
estuvo tomada por una marea humana que provenía de todos los lugares de España
clamando por una política que respetara la dignidad de las personas. Repitiendo
figuras de la movilización muy eficaces, dividida en columnas que “entraban” el
la ciudad desde diferentes puntos geográficos, identificadas por su comunidad
autónoma de origen, el centro neurálgico de Madrid, desde la Plaza de Colón
hasta la glorieta de Atocha, estuvo ocupada por la gente que se manifestaba.
Fueron cientos de miles de personas, aunque la policía diera cifras ridículas –
36.000 asistentes – y los medios de comunicación afectos al poder económico las
reiteraran – el diario “El País” calculó la asistencia en 50.000 manifestantes.
La entrada de las “columnas”
emocionó a la gente que las recibía. La mayoría de los que llegaban en ellas
eran personas mayores, jubilados pidiendo una pensión digna, y gente de edad
madura, muchos de ellos expulsados del trabajo al perder sus empleos. Más
hombres que mujeres. Se fundieron con la multitud de madrileños que una vez más
salieron a la calle a movilizarse contra las políticas del gobierno. Con aire
festivo, muchas parejas con niños. Una larga selección de conflictos laborales
abiertos, entre ellos los incansables compañeros y compañeras de Telemadrid, a
la espera de la Sentencia del Tribunal Supremo que posiblemente se comunique el
próximo jueves 26.
La convocatoria resultó un éxito,
y es unánime achacar el mismo a la capacidad de todas las fuerzas sociales que
participaron en la misma para lograr una perspectiva unitaria. La unidad y la
convergencia de los movimientos sociales ha permitido una vez más demostrar el
rechazo frontal de la mayoría de la población a la desigualdad y a la
injusticia que se sufre como consecuencia de las decisiones del gobierno y de
la acción de los poderes económicos. Y ha sabido denunciarlas como
incompatibles con una visión democrática de la sociedad y de la política. Hay
soluciones seguras - como atestigua el programa de la izquierda europea en
torno a la candidatura de Tsipras para la presidencia europea – para invertir
el sentido de estas decisiones que están excluyendo de la condición de
ciudadanía a una amplia mayoría de la población y que consolidan un incremento
espectacular de la desigualdad y de la ganancia privada concentrada en unos
pocos.
Es una manifestación de
radicalidad democrática que debería ser tenida en cuenta no sólo en el plano de
las dinámicas sociales, sino en su plasmación concreta en proyectos políticos
que se confronten electoralmente. Perdida ya la perspectiva de la unidad de los
sujetos políticos que se sitúan en la pluralidad de visiones radicales y
alternativas, es importante que al menos en el debate político estas posiciones
sigan manteniendo un planteamiento sustancialmente unitario y convergente entre
las distintas posiciones que mantienen en el espacio electoral. Esta misma
actitud es la que se debería promover ante movilizaciones sectoriales que
tienen un mismo objetivo de oposición a las políticas de austeridad, como las
que el sindicalismo europeo va a protagonizar el próximo 3 de abril y que en
España se concreta en manifestaciones y concentraciones en una larga lista de
ciudades españolas.
En la presentación mediática de
esta impresionante presencia de masas en la calle, se han resaltado los
enfrentamientos con la policía que se produjeron al término de la
manifestación. La transmisión a una opinión pública desinformada de una manifestación
de jóvenes “anti-sistema”, casi
delincuentes, que se encargaron de lanzar piedras sobre los agentes del orden y
romper escaparates y marquesinas. La policía fue la que dio el ultimátum
indicando que la manifestación era ilegal a partir de las 21,30 y comenzó por
tanto a cargar cuando todavía había muchas personas en la calle de retirada. Hay
algunos testimonios muy sintomáticos, entre ellos el de la orquesta la
Solfónica, cantando y tocando rodeados por la policía. La urgencia por impedir
una acampada contra el pago de la deuda era la jurstificación para esta
actuación desproporcionada y peligrosa de las fuerzas de seguridad. A la carga
policial se une la existencia de una serie de personas que entienden que una
manifestación es eficaz si se rompe mobiliario urbano y se confronta con los
guardias a pedradas o botellazos. Pero la crítica no debe centrarse en los
policías con ganas de pegar siempre y en todo momento a los manifestantes ni en
aquellos que consideran un deporte políticamente correcto correr delante de los
cascos y las porras, sino en la delegación de gobierno y en el ministerio del
interior, que dirigen el proceso y dan las órdenes. La policía no da un
ultimátum de desalojo si no tiene la orden superior para ello. Son por tanto,
una vez más, las responsabilidades políticas las que deben ser exigidas en este
caso, que sin embargo se querrá saldar con detenidos y multas millonarias según
la estrategia represiva de este gobierno.
La gran manifestación se
articulaba en torno a un valor moral y político, la dignidad de las personas.
Este valor se encarnaba luego en diversas reivindicaciones, pero seguía siendo
el sustrato de la movilización. La dignidad del ser humano como una exigencia
pre-política, como condicionamiento previo de cualquier sistema organizativo de
una comunidad nacional. No se ha escogido por tanto otras nociones – clave como
la de ciudadanía, que tiene una referencia más directamente política, que se
enlaza con el Estado social y un sistema de derechos que permiten garantizar
situaciones de necesidad de las personas y obtener un trabajo que ofrece
seguridad en la existencia y el goce de derechos individuales y colectivos que determinan
las condiciones de trabajo y de empleo de las personas, un amplio espectro de
reconocimiento de posiciones que son funcionales al desarrollo de estrategias
de cohesión social y de igualdad. Se ha preferido hablar de dignidad porque en
la situación actual se está viviendo una sensación extendida de injusticia y
desvergüenza, de opacidad democrática y de corrupción generalizada, de
enajenación del mundo real por un espacio de privilegios, cuyas consecuencias
sobre la gran mayoría de la población es de una enorme indignidad.
Así que de nuevo una enorme
movilización popular que es otra vez más ignorada por el gobierno y despreciada
por el poder económico. Pero los tiempos están cambiando y no sólo es una
canción de otras épocas.
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