El texto de ayer en el blog a partir del seminario sobre Bruno Trentin en la ERL de la UCM, ha dado pie al blog hermano Metiendo Bulla a abrir un cierto debate sobre algunas de sus afirmaciones. A continuación se insertan las intervenciones de López Bulla y de Rodriguez de Lecea al respecto, que prolongan una ya larga y extremadamente sugestiva serie de diálogos - con esporádicas intervenciones de terceros, como es el caso- a partir de la obra de Trentin La città del futuro.
Habla JLLB
Queridos amigos Antonio y Paco, el defectuoso encaje de
los derechos sociales en un sistema de libertades políticas viene de muy
antiguo. Recuerdo la impresión dolorosa que me produjo, hace ya muchísimos
años, la lectura de un libro sobre la Revolución francesa: en 1791 la ley Le Chatelier
define las asociaciones obreras como delictivas y, en consecuencia, el derecho
de huelga. En susbtancia, poca diferencia con la sentencia de Lord Mansfield, presidente del Tribunal
Supremo del Reino Unido, en el último tercio del siglo XVIII: “los sindicatos
son conspiraciones criminales inherentemente y sin necesidad de que sus
miembros lleven a cabo una acción ilegal”. El argumento se basa en que tales
asociaciones intentan alterar el precio de las cosas, es decir, los
salarios.
De ahí podemos sacar una primera conclusión que tantas
veces hemos comentado: sólo y solamente con la acción de masas organizada se ha
conseguido la extensión de los derechos sociales. ¿Podríamos decir, entonces,
que así las cosas, el trabajador, en tanto que tal, siempre tuvo una ciudadanía demediada? La segunda conclusión es el persistente énfasis de Bruno
Trentin en que la libertad siempre es lo primero. Esto es, la libertad también en el centro de trabajo.
La clave de la ademocraticidad de la empresa la expuso
Umberto Romagnoli cuando afirma, yendo al nudo de la cuestión, que el problema
está en que “en ella no se produce la alternancia de poderes”. Lo que propone
una serie de problemas de mucha enjundia en la relación entre el “territorio”
del centro de trabajo y el “territorio de la democracia”. Que motivó a Norberto
Bobbio, que no era marxista precisamente, a afirmar que “la democracia no había
entrado en la fábrica”, algo que repitió nuestro Marcelino Camacho. En la
fábrica y en el centro de trabajo han entrado cachos de democracia solamente. Cachos de democracia muy
importantes, por supuesto. Pero siempre a condición de no impugnar el uso de la propiedad sino el abuso. Esa fue la lucha tesonera que nos
dejaron nuestros mayores, y ese fue el testimonio que pusimos en movimiento los
sindicalistas de mi quinta.
El problema, querido Antonio, es que los sindicalistas de
hoy (y la izquierda de hoy) viven en un cuadro totalmente distinto de aquello
con lo que nos enfrentamos Paco Rodríguez de Lecea y un servidor. Las
gigantescas transformaciones, en las que siempre insiste el maestro Trentin,
han generado un nuevo territorio en
el centro de trabajo. Este nuevo centro
de trabajo tiene lógicamente nuevas situaciones que no van acompañadas por
nuevos derechos. Perviven, eso sí, los viejos derechos (los que no se eliminan
por las sucesivas contrarreformas laborales) pero las nuevas realidades no
tienen el contrapoder de los bienes democráticos por utilizar la lúcida
expresión de Gerardo Pisarello. De manera que el sindicalismo de tutela, así las cosas, anda cojo, y el
trabajador más demediado. Por aquí entiendo que debería enriquecerse el debate
que existe entre el sindicato y el iuslaboralismo. Desde luego, es magnífico el
trabajo que os traéis entre manos Rodolfo Benito, Joaquín Aparicio y tú mismo, entre otros.
Por lo demás, todavía estoy maravillado de la iniciativa y
del activismo de Eddy Sánchez, el alma de la Fundación de
Investigaciones Marxistas, que puso en marcha el seminario sobre Trentin. Muy
agradable, y como colofón la amigable conversación presidida por nuestro Juan
Trías Vejarano a quien hacía años que no
veía. Cuando lo veas hazme el favor de saludarlo.
Habla Paco Rodríguez de Lecea
Confieso para empezar, sin la menor intención de retórica, mi
admiración que viene ya de antiguo por el profesor Baylos, y el temblor que me
produce entrar en este inesperado diálogo a tres bandas. Querido Antonio,
querido José Luis, habéis descrito con crudeza la situación en que se encuentra
el trabajo heterodirigido en nuestra sociedad democrática: la violencia de la
explotación laboral, nos dice Antonio, conlleva la pérdida de la identidad ciudadana
del trabajador. Todo el entramado de derechos democráticos contenidos en
nuestro ordenamiento que se resume en la noción de civilidad, por paradoja sólo
tiene vigencia fuera del centro de trabajo. En el puesto de trabajo mismo, la
condición del ciudadano sufre una amputación: su libertad queda limitada, su
opinión no tiene valor, su esfera de autonomía se reduce a mínimos penosos. No
es posible encontrar dentro de la empresa ni siquiera la sombra de la igualdad
que predica la constitución.
Es curioso que una situación así se considere natural e
inamovible no sólo por parte de los empresarios, la parte ‘beneficiada’, sino
también por parte de los trabajadores y sus sindicatos. Ha habido experiencias
de intervención sindical con la mira puesta en el ‘puente de mando’ en el que
se generan las decisiones empresariales; pero esas experiencias han sido
discontinuas y ambivalentes. En general, ha tomado cuerpo generalizado la
opinión de que entre la organización del trabajo y la democracia existe una ‘repulsión
implícita’ (uso tus mismas palabras, Antonio).
Esta es una de las herencias del taylorismo; pero ya no estamos
dentro de los parámetros del taylorismo. La explosión de la ‘fábrica’, la
multiplicidad de formas que está adquiriendo el trabajo subordinado, las
exigencias derivadas de un nuevo escalón tecnológico en el que priman la
agilidad en la toma de decisiones y la rapidez y descentralización de las
respuestas en los procesos de producción de bienes y de servicios, abren la
puerta a nuevas reivindicaciones de los trabajadores relativas a las formas de
organizarse el trabajo en un ‘territorio’ del centro de trabajo que como tú,
José Luis, señalas, se ha modificado ya sustancialmente. Y sigue modificándose
con suma rapidez.
Resulta como mínimo sorprendente el hecho, que también
mencionas, Antonio, de que en los programas de los partidos y las
organizaciones diversas de la izquierda, incluida la llamada izquierda radical,
este tema aparezca en todo caso como horizonte último, pero nunca en el orden
del día de las propuestas. Incluso quienes llaman a la liberación ahora, se
refieren a una liberación fuera, aparte del trabajo. Es tan dramática la
diferencia entre quienes cuentan con un trabajo fijo y quienes no lo tienen,
que se obvia toda discusión sobre las condiciones y las formas de organización
del empleo existente. Y sin embargo, es la intervención sobre la organización
del empleo existente lo que podría dar un vuelco a la actual situación de
trabajo escaso, de trabajo basura, y ser la fuente de creación de nuevos
empleos desde una lógica y una racionalidad distintas.
Y todo ello desde la constatación de que no existen trabas
legales explícitas que impidan abordar desde la perspectiva sindical y política
estos temas. Hay nubarrones negros en el horizonte; están apareciendo en
diversos países iniciativas legislativas tendentes a fragmentar y
des-sindicalizar la negociación colectiva, a limitar o prohibir en ciertos
casos el derecho de huelga. Cierto. Pero los derechos civiles, esos que no se
aplican dentro de la empresa por un extraño consenso implícito entre las
contrapartes, siguen estando ahí, listos para ser esgrimidos también en el lado
de dentro de las puertas de la empresa. Algunas piezas de nuestro ordenamiento
dan pie a la posibilidad de desarrollos dirigidos a ampliar el ámbito de
intervención de los asalariados en la organización de la producción y en la
toma de decisiones. Faltan aún las propuestas concretas: ayudar a elaborarlas
sería, como tú, José Luis, señalas, un excelente terreno de encuentro y de
colaboración entre el sindicalismo y el iuslaboralismo.
Y después de todo, también hay que considerar que un contexto de
crisis política, económica y social tan profunda como la que vivimos, puede
conllevar oportunidades preciosas para hacer avanzar iniciativas que aporten
aires frescos de cambio, siempre partiendo de la base de unos esfuerzos
compartidos por todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario