En el último número de Sin Permiso, revista amiga de este blog, se publica una intervención muy oportuna de Gerardo Pisarello en la que resalta la importancia de las elecciones al Parlamento Europeo como un momento relevante en el proceso de contestación de las políticas de la austeridad y de la movilización que frente a ellas se ha venido impulsando desde diferentes sujetos colectivos, sindicatos y movimientos sociales. En España, el debate parece dirigirse por el momento a una discusión sobre las candidaturas que pueden encabezar una propuesta alternativa que sintonice con los movimientos sociales existentes, centrándose en prmer lugar en la necesidad (o no) de primarias abiertas entre militantes. En otros países, como en Grecia, las elecciones europeas son un test para la consolidación de la izquierda real y alternativa. en Italia, hay un amplio movimiento impulsado por varios intelectuales, para crear una lista cívica que acudiría a las elecciones europeas para apoyar la candidatura de Tsipras a la presidencia europea. La iniciativa está en marcha y a ella tendremos ocasión de referirnos en próximas entradas.
El texto de Pisarello, del que ofrecemos a continuación un amplio extracto, está dirigido a las personas que sostienen críticamente estos movimientos pero que expresan un fuerte escepticismo respecto a la importancia o ni siquiera al interés de las elecciones europeas en relación con los problemas propios en el espacio nacional o local, o incluso que contraponen de manera ingenua el trabajo político "en la base" frente a la acción parlamentaria. Orientar los resultados de ese momento electoral hacia la izquierda alternativa serviría directamente al fortalecimiento y vigorización de la movilización social y permitiría afianzar las posiciones político-democráticas que estamos reivindicando en la calle y en las plazas como forma de resistir ante la involución democrática del gobierno y los poderes económicos y como manera de experesar la necesidad de un nuevo proyecto de reforma y de cambio social y político que abra y consolide espacios de democracia real. He aquí el artículo de Pisarello, que lleva por título el muy sugerente Disputar Europa
Para un
sector importante de la población, las elecciones europeas son una convocatoria
inservible. Si la clase política local se encuentra bajo severa sospecha, en el
caso europeo el juicio es aún más duro. El Parlamento Europeo es percibido como
una institución lejana, con competencias misteriosas pero más bien inútiles y
un papel marginal en el entramado institucional de la Unión Europea (UE). En
parte del imaginario colectivo, su mayor servicio al bien común consiste en
haber acogido a políticos retirados, asegurándoles una jubilación plácida, sin
sobresaltos. Son este tipo de imágenes las que alimentan, no sin razón, las
previsiones abstencionistas. De ahí la tendencia a minimizar la importancia de
estos comicios, a tratarlos si acaso como una oportunidad para medir fuerzas
locales y para ganar músculo de cara a pugnas electorales posteriores.
Y sin
embargo, todo ello ocurre en un momento en el que Europa se ha convertido en un
terreno de batalla decisivo. Más, sin duda, que hace cinco años, cuando la
expropiación política y económica de las poblaciones del continente -sobre todo
del Sur y del Este-, no era tan drástica. Es en la UE, de hecho, donde se
fraguan parte de los rescates a entidades financieras que hincharon las
burbujas especulativas y que ahora se benefician impunemente de su estallido.
Es en la UE donde los hombres de negro y el club de amigos de Goldman Sachs
ultiman los planes de austeridad que condenan a millones a la precariedad y a
la exclusión. Es en la UE donde los lobbies de las principales
transnacionales presionan para limitar la libertad de expresión en la red y
otros medios o para laminar los estándares laborales, sociales y ecológicos.(...)
Este
alejamiento, sumado al creciente protagonismo de instituciones sin legitimidad
democrática como la Comisión Europea, el Banco Central o el Tribunal de
Luxemburgo, acabó por dinamitar el carisma del Parlamento. Daba igual que cada
nuevo Tratado recordara la conquista de unas cuantas competencias. La
percepción generalizada era que allí había poco que hacer. Esto se reflejó de
manera nítida en la participación electoral. En 1979, fue de un 63%. Desde
entonces, no ha dejado de caer. 61% en 1984; 58,5% en 1989; 56,8% en 1994;
49,8% en 1999; 45,5% en 2004; 43% en 2009.
Para algunas
posiciones críticas, esta tendencia señalaría una línea de actuación: dejar
languidecer el Parlamento y replegarse en el ámbito local. El europapanatismo
profesado por las elites que se han rendido a la Troika y que en estos días
desfilan en los salones de Davos hace comprensible esta reacción. Pero
afirmarse sin más en ella puede resultar peligroso.
De entrada,
ninguno de los partidos responsables de la actual deriva antidemocrática y
autoritaria de la UE -incluidos el PP y el PSOE- dejarán de ir a Estrasburgo a
cumplir su papel. La extrema derecha de Marine Le Pen o de Geert Wilders
tampoco resignará este espacio. Aborrecerá en público la pérdida de “soberanía
nacional” en beneficio de la “tecnocracia de Bruselas”. Pero hará todo lo
posible por conseguir en el Parlamento un altavoz que le permita propagar sus
causas: atacar a la “plutocracia” mientras pacta con banqueros y grandes
empresas, convertir a la inmigración en chivo expiatorio de la crisis o azuzar
el chovinismo y la islamofobia.
Los movimientos
sociales y sindicales partidarios de una radicalización democrática y las
fuerzas transformadoras de izquierdas y ecologistas no pueden dejar el campo
libre a estas iniciativas. Ni aquí, ni en Grecia, ni en Portugal, ni en
Alemania. Quizás el Parlamento europeo cuente poco y su presencia mediática sea
escasa. Pero también puede ser una caja de resonancia y un espacio de
contrapoder y resistencia. La experiencia de los últimos años lo atestigua:
mientras más controladas estén las instituciones europeas por fuerzas
tecnocráticas o reaccionarias, mayor será el sufrimiento y la impotencia de las
poblaciones locales, comenzando por las más vulnerables.
Dar batalla en las
instancias supraestatales no está reñido con la defensa de la organización
desde abajo y de las iniciativas cooperativas en el territorio, en los lugares
de trabajo, o en las pequeñas escalas en general. Por el contrario, el
fortalecimiento de la democracia en estos ámbitos depende estrechamente de lo
que se consiga en escalas más amplias. Para revertir el fraude y la
regresividad fiscal, para poner fin a las deudas ilegítimas e impagables, para
combatir la xenofobia y la homofobia o para contrarrestar, sencillamente, la
oligarquización de la vida política y económica. Llevar la necesidad de una
ruptura democrática más allá de las fronteras, denunciar los cantos de sirena
del repliegue estatal y crear las condiciones para un proceso constituyente,
también europeo, no es sencillo. Pero o se hace desde premisas solidarias,
internacionalistas, o la serpiente incubará su huevo racista y anti-igualitario
también en el corazón del continente.
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